El mundo cambia a cada instante. Los movimientos en cada país afectan en mayor o menor grado a todos los demás. Cambian los gobiernos, las sociedades, y especialmente cambia el modo de ver esos cambios, casi siempre guiados por algún interés. Así, Cuba ya no es amenaza terrorista, en Irak no hace falta tutela occidental o Rusia no es tan demócrata como pensaban algunos inocentes.

Entre las cosas que no han cambiado está la palabra refugiado. El refugiado es la persona que se ve obligado a huir de su casa porque su vida corre peligro por diferentes razones: guerra, orientación sexual, religiosa, ideología, etc. Refugiado es la persona que destroza el dicho popular «huir es de cobardes». Pues bien, a finales de 2013, 51,2 millones de personas se encontraban fuera de sus hogares a causa de ser perseguidos, por guerras y violaciones de derechos humanos. Es la cifra más alta desde el fin de la segunda guerra mundial. ¡Y nosotros que nos creíamos habitantes de un mundo tan al amparo de la ley! Con sus matices y con algunos lugares al margen, pero un mundo civilizado al fin y al cabo ¡Vaya chasco!

Y resulta que estas personas, de países no tan lejanos como cabe en el imaginario colectivo, no tienen otra idea mejor que plantarse en nuestra Europa. En el viejo continente se nos llena la boca hablando de derechos y libertades, pero tantas veces la fuerza se nos va por ahí, por la boca. Todo empieza porque a veces hablamos de Europa como un todo uniforme y va a ser que no es así. Aunque ya lo hemos notado especialmente durante la crisis (ya casi superada, ¿no?) porque parece que no la pasamos igual en un país que en otro, del mismo modo no es lo mismo pedir asilo (protección internacional) en un país que en otro. Lo demuestra el hecho de que tantas personas víctimas de estas huidas sin elección intentan que su solicitud de protección se haga en Alemania o Suecia y no en España o en Italia. Créanme cuando les digo que son muchas las personas que no quieren quedarse y que nuestro país es sólo un paso hacia donde consideran tendrán más posibilidades de salir adelante. Pero, claro, se da la paradoja de que tanto Italia como España son vías de entrada al continente y ahí es donde Europa se desmiembra, dice que el problema es de gestión de fronteras y eso es una cuestión de cada país, pero como somos socios nos echamos una mano, eso sí, para controlar fronteras que es lo que importa y nos preocupa.

No quiero banalizar ni simplificar porque creo que hay un problema. Que en Italia haya miles de personas eritreas, sirias y de otros países ocupando estaciones de trenes y viviendo de la caridad o que en España haya lista de espera para poder entrar en un centro de refugiados, es un problema. Lo que no puedo entender es que los ciudadanos carguen contra el más débil y clamen porque no vengan, porque no entren, en lugar de exigirles a los políticos que hagan algo y que ese algo no sea convertir la huida de estas personas en un perverso juego de la oca en el que Europa paga a otros países para que hagan el juego sucio y obstaculicen o impidan la llegada, o se la tengan que jugar en una embarcación ridícula para seguir llenando de muertos el Mediterráneo. Si tienen que morir que no sea en nuestras costas parece el nuevo lema. Es un drama humano, no un asunto de cuotas. Antes que sirios, ucranianos, congoleños o libios son personas, que lo han perdido todo, que lo han dejado todo, y entre sus derechos está el de solicitar la protección internacional. Conviene no olvidar que se trata de un derecho y eso no es algo que se da, un premio que se otorga, sino que se tiene. Tal vez vivamos en un país en el que nos hemos acostumbrado a que se pisoteen los derechos. Eso sí que es un problema.

*Fco. Cansino Carrasco coordinador C.E.A.R. Andalucía Oriental