Las familias Ruperez y Helmut llegaron el pasado fin de semana a la Costa del Sol. Los primeros, en un tren de larga distancia, y los segundos, en una línea aérea de bajo coste. Las dos familias habían escuchado de las bondades de esta tierra por boca de sus amigos y parientes que son fieles a este destino turístico. Los Ruperez planificaron el viaje a través de internet. En el buscador teclearon «alquiler+barato+apartamento+costa del sol». Le salieron más mil entradas y tras varios días con el rastreatror localizaron un pequeño apartamento con cocina americana y un baño completo en La Carihuela a un precio más que asequible. Todo en negro. Pagaron a través de la web de reservas e imprimieron la dirección donde debían recoger las llaves. Los Helmut fueron un poco más sofisticados. Una agencia de viajes de un conocido les reservó una semana en un hotel de Marbella en primera línea de playa con entradas para el beach club, vino de obsequio en la habitación y dos vales para un circuito ºen el spa del hotel. Pagaron la señal de una noche y el resto lo abonarían en la recepción del hotel. Reservaron dos habitaciones dobles con desayuno incluido. Querían almorzar y cenar fuera del establecimiento.

El plan de veraneo de los Ruperez es muy distinto al de los Helmut. Solo coinciden en que ambos viajan con dos hijos y que tienen pensado, cado uno dentro de sus posibilidades, exprimir al máximo los siete días que disfrutarán en este parque temático del turismo que es la Costa del Sol. Los Ruperez, tras bajarse del tren y coger un taxi hasta la Carihuela, fueron a un supermercado cercano al apartamento para atiborrar la nevera de gazpacho en bote, embutidos, lomo de cerdo, jamón de bodega, sandías, yogurt desnatados... y decenas de latas de cerveza. Lo suficiente como para llenar cada día la nevera de la playa. También pararon en la panadería y en una tienda de souvenirs para equipar a los dos enanos de pico, pala y cubo (el padre pretende que se adentren en el mundo de la construcción que él domina y hagan sus pinitos con pequeñas obras a pie de playa). Antes de subir al apartamento compraron en un bazar toallas de playa, una nevera portátil como Dios manda, chanclas, sillas de playa y una sombrilla lo suficientemente amplia para que diera la sombra necesaria a la oronda figura del padre de familia. Ruperez tiene un concepto de vacaciones muy tradicional. Llevaba once meses soñando con esta escapada familiar. Su plan es levantarse sin prisa, desayunar toda la familia de forma copiosa, llenar la nevera de la playa, comprar el periódico deportivo y estar en la playa hasta las seis o las siete de la tarde. Luego una duchita y a pasear por La Carihuela hasta la hora de sentarse en un chiringuito para cenar y, si los niños no andaban muy pesados, tomarse un par de gin tonic con su mujer en alguna de las de terrazas de la zona. Y así durante una semana. Para cada día había reservado unos 130 euros.

Los Helmut, en cambio, alquilaron un coche durante siete días y se desplazaron sin problema hasta su hotel en la entrada de Marbella, en la zona de Elviria. Tras inspeccionar las habitaciones, pidieron en recepción información sobre parques acuáticos, campos de golf, sobre reservas de embarcaciones de recreo y que les recomendaran restaurantes para las seis noches en Marbella, Fuengirola y Mijas. Le habían hablado de los burros y el txangurro del Mirlo Blanco, donde la cocina andaluza y la vasca se fusionan. Para almorzar pensaban alternarse entre los sandwiches del beach club y los espetos en los chiringuitos que sus amigos les habían recomendado. Antes de pisar la playa por primera vez, fueron hasta Calahonda y en las tiendas que se asoman a la N-340 compraron todo tipo de cremas protectoras, colchonetas, toallas, pareos, gorros y gafas de sol. Nada de picos y palas. Sus hijos eran más mayores que los de los Ruperez y pretendían probar las motos acuáticas, jugar al golf a primera hora o alquilar una embarcación de recreo con patrón.

La familia Ruperez y Helmut no se pararon a pensar ni un minuto que para que sus siete días de vacaciones en la Costa del Sol fueran una experiencia única y llena de sensaciones (cada uno busca algo distinto) hace falta detrás una industria muy potente, de calidad en los servicios y bien engrasada que permita que cuando las dos familias regresen a sus casas se conviertan en las mejores embajadoras de este destino. El pasado año más de diez millones de Ruperez y Helmut pisaron la Costa del Sol y el impacto económico directo generado fue de 7.086 millones de euros, en el que se incluye el gasto que los distintos Ruperez y Helmut hicieron en transporte al destino y en éste último, alojamiento, restauración, compras alimenticias y no alimenticias, alquiler de vehículos, ocio y cultura y otros conceptos. Un impacto que se eleva a 10.820 millones de euros en total si se tiene en cuenta el inducido, pues hacen falta jardineros, dependientes, panaderos, transportistas..., para suministrar todo lo que necesita este gran parque temático del turismo que es la Costa del Sol.

Ahora llega un nuevo consejero de Turismo, Javier Fernández, y los empresarios de la Costa del Sol confían en que tenga la sensibilidad de reconocer el peso de Málaga en el turismo andaluz y potencie aún más esta industria de la que vive la provincia. Sus primeras declaraciones de intenciones no suenan mal y siendo un consejero andaluz debe defender también los intereses de otros puntos turísticos, pero debe tener presente que la Costa del Sol aporta más del 40% del turismo andaluz y batalla aún con problemas del siglo pasado al que se le unen unos nuevos: estacionalidad, oferta ilegal, bonificaciones fiscales, IVA, modernización de la planta hotelera...

Una de sus primeras intenciones es combatir la estacionalidad turística, un mal endémico del turismo. Para ello ya cuenta Andalucía con un plan de Estrategias para la Gestión de la Estacionalidad Turística 2014-2020 para reducir en cinco puntos cada año la tasa de establecimientos hoteleros del litoral que cierran en temporada baja, actualmente el 54%, hasta situarla en un 20-25% en 2020, lo que impide que haya un empleo estable y de calidad. En este campo debe tratar de combatir la decisión del Gobierno central de dar prioridad a los establecimientos de 4 estrellas en el programa del Imserso, lo que condenaría al cierre invernal a los alojamientos de menor categoría, que funcionan casi en exclusiva en esas fechas gracias a la clientela subvencionada por el proyecto. Una injusticia pues estos hoteles han aguantado carros y carretas para mantener el programa del Imserso con precios muy competitivos, e incluso perdiendo dinero, con la finalidad de abrir sus puertas y mantener el empleo.

Otro de los objetivos deberá ser que el particular que alquiló el apartamento a Ruperez tenga las exigencias fiscales que el empresario hotelero que sí cumple con la ley. O tratar con el Gobierno cómo combatir la oferta ilegal y las plataformas que venden esta oferta ilegal donde no hay control de ningún tipo. Trabajo tiene. Ruperez y Helmut se lo agradecerán.