Lo de Grecia es fácil de entender pero muy difícil de gestionar. Hay unos acreedores que le dicen a un deudor: «¿Cómo piensa pagar lo que nos debe?». El deudor responde: «Como siempre, con un préstamo mayor; así, de paso, taparé agujeros». Los acreedores replican: «Va a ser que no, a menos que nos diga qué cambios piensa acometer para ser capaz de pagar de una vez por todas». Y aquí viene la parte difícil: la verdadera solución consiste en convertir a Grecia en una economía solvente. Nada menos.

Los acreedores tienen razones para la desconfianza, ya que de poco sirvió la quita parcial de la deuda que dejó la mayor parte en manos de las instituciones. Este cambio permitió enfocar la crisis con una perspectiva más política. Tanto, que algunas mesas de reflexión manejan la hipótesis de convertir la deuda en perpetua, es decir, de admitir que Grecia jamás va a poder pagar. Que no tiene músculo suficiente para sobrellevar tanto peso. Pero este es un planteamiento que ningún gobierno acreedor quiere presentar ante su opinión pública, especialmente si antes ha hecho bandera de la austeridad y la disciplina para justificar sus propios recortes.

Le preguntan a Alexis Tsipras de dónde va a sacar el dinero para devolver lo que debe, y Tsipras ha ido respondiendo con planes que mezclaban recortes de gasto con expectativas de ingresos. «Con lo que pague de menos y lo que gane de más». Pero las instituciones desconfían de la segunda parte, de lo que vaya a ganar de más moviendo ese o aquel impuesto. Los ven como ingresos hipotéticos, sospechan que están inflados. Prefieren que se vaya a lo seguro: cuánto va a gastar de menos. Es decir, cuanta austeridad de más, qué nuevos recortes va a imponer. Aún sabiendo que los excesos de austeridad deprimen las economías.

Austeridad, recortes: justo lo que Syriza prometió eliminar, y esta promesa le llevó a la victoria. Pero ante la posibilidad de que los acreedores prefieran comerse una quiebra a seguir alimentando la comedia, Tsipras ha cedido. El último documento presentado por el gobierno de Atenas dobla la rodilla hasta extremos impensables. Un ajuste del gasto en pensiones equivalente al 1,05 % del PIB el año próximo. Por una quinta parte de este guarismo Rodríguez Zapatero hundió su carrera para siempre. Un ajuste que el gobierno griego piensa que puede aplicar sin hacer mucho daño a los pensionistas más modestos, pues tiene un gran campo de batalla en las jubilaciones anticipadas.

Grecia es un país en crisis económica con jubilaciones anticipadas a los 52 años y una edad media de retiro entre los 59 y los 60. Las pensiones son la principal fuente de ingresos para muchas familias, mucho más que en España. Hay una multiplicidad de regímenes de jubilación que crean islas de privilegio. Si les fuera bien, allá ellos, pero han debido ser rescatados dos veces y ahora piden una tercera. Y los rescatadores responden: tapen los agujeros si de verdad quieren que el barco no se hunda. Pero el gobierno que lo haga va a tener serios problemas ante la opinión pública; especialmente si prometió justo lo contrario.

Syriza ganó las elecciones vendiendo la idea que Grecia era víctima de un complot y que con orgullo y manifestaciones se doblegaría la perversidad de la troica antidemocrática. Si ahora saca las tijeras, la crisis política está asegurada. Hundidos desde hace tiempo los socialistas, y últimamente los conservadores, si Syriza corre la misma suerte lo próximo va a ser el populismo nacionalista de derechas.

La verdadera solución radica en cambiar a fondo todos los supuestos de la economía griega. En hacerla moderna y competitiva. ¿Quién le pone el cascabel a ese gato?