El pasado domingo fue el solsticio de verano. El estío, la estación que Aldous Huxley y su hermano Julian tanto amaban en la campiña inglesa, empezó para nosotros a las 18 horas y 38 minutos. También fue el día más largo del año. Como suele pasar en la costa malagueña, las largas horas de luz intensa nos recordaron que vivimos en un lugar privilegiado. Pues así lo es esta generosa franja de tierra, situada entre unas montañas espectaculares y un mar perfecto. Generalmente apacible, éste, y algo temperamental algunas veces, aunque nunca demasiado. Son cosas de esta portentosa Costa del Sol de nuestras virtudes (y también de nuestros pecados, il faut que la verité soit dite).

«Pues no puede ser cierto nada que no pueda ser soñado». Fueron palabras de María Zambrano, aquella sabia republicana que nunca escatimó ni lucidez ni valentía. Me lo recordaba un gran maestro con el que tomaba café en mi pueblo, Marbella. Se extiende este litoral prodigioso, tan amado como amenazado, desde el este al oeste, siguiendo la trayectoria solar, siempre mirando al sur. Es como si al trazarlo se hubiesen copiado las directrices del diseño original de aquel paraíso del que nos hablan las escrituras sagradas.

Comentaba con mi ilustre amigo la que fue una reciente noticia, tan emocionante como inesperada. La que nos llegó de Roma, en la forma de una carta encíclica del Papa Francisco. La Laudato si'. Sobre el cuidado de la casa común. Siempre he pensado que entre los primeros ecologistas de España estuvimos no pocos de los que nos dedicábamos entonces a la actividad turística, en tiempos todavía inocentes. Pronto nos dimos cuenta de que el milagro de la transformación de aquellos duros eriales en emporios de bienestar y riqueza tenía y sigue teniendo una base muy frágil. La de nuestros paisajes y nuestros tesoros medioambientales. Nadie ni nada nos garantiza la permanencia de ninguno de estos patrimonios. Y las líneas de defensa pueden ser débiles, ante el poder siempre cínico de las cleptocracias.

El Papa Francisco ha citado en su Encíclica aquellas palabras de otro gran Papa, Pablo VI: «Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, el ser humano corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación». Los ecologistas de Málaga y de Andalucía saben mucho de todo eso. Durante más de medio siglo han defendido a estas tierras y sus mares vecinos. Generalmente en la soledad y sitiados por la incomprensión y el escepticismo. Una vez más les ofrezco, a ellas y ellos, defensores de la vida, mi humilde gratitud y mi admirado respeto.