Pedro Sánchez habla castellano, como Jeb Bush. Ambos candidatos presidenciales recurren a la parafernalia hollywoodiense, a fin de ampliar su base de votantes. La diferencia estriba en que solo el segundo de ellos aspira a la Casa Blanca, aunque al primero se olvidaron de avisarle de que sus objetivos son más modestos y castizos. El secretario general del PSOE decretó el final de la austeridad, en un montaje que hubiera dejado estupefactos a los fundadores de su partido. A nadie le hubiera sorprendido que el socialista se arrancara en inglés. O a puñetazos, porque su llegada al escenario recordó a Evander Holyfield atravesando la muralla de forofos que le conminan a pegar más fuerte camino del cuadrilátero.

Pedro Sánchez montó un circo en el Price. Se proclamó en Madrid el primer español, pero Made in USA. Lo más preocupante de su debut teatral fue que no aparentaba que hubiera costado mucho convencerle de que renunciara a las esencias, para perderse en la espuma. Por contra, sobresalía la incomodidad de una esposa que se limitaba a agitar su melena porque tenía derecho a voto, pero no a voz. El líder socialista desbancó en populismo a Podemos por la derecha. En un montaje digno de Village People donde el único rasgo español era la fenomenal bandera, el secretario general socialista se proclamó candidato universal a La Moncloa. Poco después llegaron Chaves y Griñán para chafarle el musical, porque los adustos magistrados del Supremo disienten de los alardes teatrales.

La artificiosidad de la representación se contagiaba a la gigantesca bandera, que perdía el carácter de enseña nacional para convertirse en una pintura de Jasper Johns, el cuadro de las barras y estrellas. Sánchez Superstar asume su galanura al proclamar circense que ninguno de sus rivales dispone de una silueta que pueda ser retratada en 360 grados. Parece un bailarín televisivo de sábado noche, debió recurrir al sombrero de copa. En su ofuscación por arrebatarle a Rajoy el patrimonio simbólico de la derecha, descuidó los flecos de la crisis irresuelta de los EREs. La insistencia a ritmo de pasodoble de PP y PSOE en alarmar a la población sobre la amenaza venezolana, contrasta con el infierno caribeño que han orquestado en casa. Rato, Chaves y Griñán no son manzanas podridas, sino el testimonio de un canasto carcomido.

¿Define mejor a Sánchez su llamada en directo a Sálvame o su bandera megalómana? Son dos etapas indistinguibles de un mismo proyecto. Si hubiera sincronizado su investidura como portaestandarte con la sensibilidad dominante en la opinión pública, el candidato socialista hubiera sobreimpresionado en su canonización el logotipo de la Agencia Tributaria. Pagar impuestos sigue siendo el mejor símbolo del compromiso gaullista con “une certaine idée” de España, por expresarlo con la lengua muerta en que el general francés escribió sus memorias. Sin embargo, De Gaulle añadía que su concepción arraigaba con igual fuerza en el sentimiento y en la razón. El trapecista Sánchez oscureció de pasión impostada cualquier apelación racional.

En una intromisión personal, la mejor lección de Derecho me la impartió Charles Swift, el jefe naval y abogado norteamericano que obligó a Washington a modificar el tratamiento legal de los presos de Guantánamo, al cuestionar su constitucionalidad ante el Tribunal Supremo estadounidense. Articulado como nunca logrará serlo un político español y premiado por el Consejo General de la Abogacía, recordaba que «los soldados norteamericanos no mueren en Irak defendiendo su bandera, sino su Constitución». La enseña es solo el poste semafórico. Bienvenida sea la exaltación de la casta a cargo de Sánchez pero, en lugar de enarbolar la bandera como pretexto, el texto de la carta magna española hubiera ofrecido un telón de fondo más comprensible.

Pedro Sánchez no es Obama aunque se disfrace de general Patton. Mientras Podemos cambia el signo de los gobiernos autónomos y Ciudadanos se limita a recambiar candidatos de un mismo partido, el líder socialista se ha persuadido de que los votos a Pablo Iglesias pretenden esquivar a los socialistas. A continuación, mira y vira hacia la derecha para frenar a su insólito rival desde el otro flanco. El PSOE se transforma así en un movimiento de reacción, cede su posición dominante. La pomposa escenografía no camuflará al dúo tragicómico Chaves y Griñán. Respecto a las banderas, sigue vigente una frase de Felipe González antes de su etapa en jet privado. «No quiero que nadie me diga cómo tengo que ser español».