Comportamientos ciclotímicos en Cataluña. La ruptura con CiU, prevista desde hace tiempo, acelera de nuevo el proceso y facilita la creación de una marca en torno al president. Decimos adiós a Pujol y a la dialéctica derecha-izquierda. Durán i Lleida se desmarca pero una vez más llega tarde, mientras que Artur Mas se apresta a lanzar una lista centrada en su figura. El objetivo es doble: por un lado, capitalizar el voto del sí/sí; por el otro, salvar su propia imagen. Fagocitado por los extremos, el relato central del catalanismo político ha dejado de existir. El maragallismo, como discurso de la pluralidad, intenta aglutinarse ahora en torno a Ada Colau, cuya opción antisistema viene tutelada por componentes intelectuales de la década de los ochenta. El PSC se sostiene a duras penas en tierra de nadie, perdiendo su valor clave como eje de estabilidad. El auge de Ciudadanos ha penetrado en el baluarte de un PP reducido a escombros. Con las encuestas apuntando el fracaso electoral de los convergentes -entre 32 y cuarenta diputados-, Mas tantea una narrativa de acentos épicos con el objetivo de pescar en las aguas de ERC y destruir a Unió. Épica, otra palabra clave: la resistencia de 1714 en pleno siglo XXI, la gesta de Moisés en el mar Rojo, la insignia del martirio frente al opresor estatal… La épica moviliza emociones y sentimientos. La épica garantiza un lugar en la Historia. La épica, a menudo, constituye un relato ficticio que se superpone a la realidad.

En plena aceleración, se suceden los movimientos tectónicos en un espacio cuya gramática ha sido deconstruida. Y el canibalismo político se traducirá forzosamente en una gran fragmentación parlamentaria. Una de las lecturas sostiene que el estropicio causado por Mas conducirá a la italianización de Cataluña: gobiernos inestables, cuentas públicas rotas, crispación ideológica. El esfuerzo dedicado al debate soberanista dificulta la atención a otros problemas más inmediatos. Se pierden oportunidades de progresos cruciales en el mundo globalizado. Pero cabe hacer también la lectura opuesta y afirmar que Mas pasará a la historia como el presidente que ha desplazado el eje político catalán desde el posibilismo hacia los extremos, instaurando una paradójica centralidad rupturista en Cataluña. ¿Se trata de un cambio definitivo o meramente coyuntural? Quizás sea pronto para precisarlo.

El historiador Fontana declaraba no hace mucho tiempo que los Estados sólo se rompen por la fuerza o mediante la negociación. Como lo primero no va a ocurrir y lo segundo tampoco, la solución a la cuestión territorial seguramente pasará por algún tipo de reforma constitucional que subraye las particularidades de las llamadas «nacionalidades históricas»; esto es, el federalismo o el autonomismo asimétrico, juntamente con mejoras en la financiación según lo permita la recuperación de las arcas públicas. La cuestión a considerar es si se aprovechará la nueva legislatura para transformar más a fondo la estructura socioeconómica de España. «Si las buenas instituciones surgen de las buenas intenciones», para decirlo a la manera de la novelista Marilynne Robinson, hay que pensar que los países desarrollados se construyen sobre el reformismo inteligente. La calidad democrática tiene mucho que ver con la calidad institucional, así como el músculo moral de una sociedad depende en buena medida de la adopción de incentivos correctos.

Nuestro futuro se juega en el corto y en el medio plazo, determinando el primero los equilibrios de poder necesarios para el segundo. En los próximos dos meses se sucederán sendas fechas clave: las elecciones catalanas y las generales. Pero es a medio plazo, durante esta próxima legislatura, cuando se tendrá que afrontar la reforma constitucional. Y, en ese momento, mucho mejor que no nos guíe la ciclotimia.