Una temporada más que se acabó. Esta semana pasada hemos dicho adiós al curso 2014/2015, año que en Málaga tenemos que archivar en el capítulo de buenas sensaciones, y que en la historia general del baloncesto español hay que poner en mayúsculas el nombre del Real Madrid.

Aunque en el Unicaja seguro que están contentos, la «Casa Blanca» tiene tintes de parque de atracciones, pero aunque tengamos en la mente la frase de «bien está lo que bien acaba», la temporada del equipo de Pablo Laso arrancó con unas trazas que no invitaban precisamente al optimismo.

Tras un año en el que los madridistas lo hicieron perfectamente bien hasta llegar al tramo complicado de la temporada -momento en el que cayeron en las finales de Euroliga y Liga ACB-, el planteamiento para este año arrancaba con la mala noticia de la baja del jugador joven más talentoso. El fichaje de Nikola Mirotic por Chicago Bulls tuvo su arranque durante la temporada 2013/2014, antes de las finales en las que perdieron gran parte del crédito y pusieron la labor del entrenador en el disparadero.

A Pablo Laso seguro que le han aparecido amigos, no sé si más que hace cuatro años cuando llegó a Madrid. Desde entonces, la friolera de nueve títulos, aunque lo de este año, ganando las cuatro competiciones que ha disputado, es algo que obliga a bucear mucho en la hemeroteca.

Sin perder de vista este año, la declaración de intenciones del club blanco para con su entrenador fue clara: fuera los dos ayudantes de su confianza: Hugo López y Jota Cuspinera, dentro dos primeros entrenadores (Chus Mateo y Zan Tabak), cuya coartada para llegar era haber pertenecido al equipo antes, pero que eran un claro aviso que decía que el repuesto estaba en casa. Sólo era cuestión de esperar la oportunidad. En cuanto a la plantilla, las llegadas (Ayón, Nocioni, Maciulis, Rivers y Campazzo) llevaban más la carga de carácter en el ADN que la hipotética demostración de calidad. El arranque de temporada fue bueno, pero con un juego no tan «apasionante» como el de la anterior y creo pensar que sólo los resultados fueron aumentando el crédito del entrenador vitoriano.

Tras este año, venciendo en Supercopa, Copa del Rey, Euroliga y ACB, no hay quien ponga en duda el merecimiento de la gloria a la que se ha hecho acreedor el conjunto blanco. Y yo decía que había que bucear y mucho en la hemeroteca, tanto como cuarenta años, cuando los nombres en la cancha no eran Llull, Reyes, Nocioni, Rodríguez o Fernández. El Real de entonces con Emiliano, Brabender o Luyk entre otros era el que mandaba -y mucho- en el baloncesto de entonces, con alguna pequeña réplica por parte del Juventud y el FC Barcelona de aquella época. En retransmisiones históricas con las voces de Héctor Quiroga desde Madrid y José Félix Pons en Barcelona, baloncesto en blanco y negro que no por el monopolio exhibido dejaba de enganchar. Para mí desde luego es un recuerdo de mi niñez.

Ahora, ante la posibilidad de la salida de otra estrella blanca, en el caso de Sergio Llull camino de Houston Rockets, no sólo los rivales, la exigencia típica del club blanco o el punto de partida máximo conquistado este año, será otro factor a añadir para intentar bajarlos del pedestal. Porque aunque los últimos años nos recuerdan al baloncesto aquel en el que siempre mandaban los equipos de fútbol, lo normal sería evolucionar y que los títulos fueran disputados por algún otro equipo que no dependiera de pervertir el Fair Play financiero (qué risa) para subir su presupuesto. Pero como de momento no parece posible, mientras tanto, y aunque la audiencia televisiva de la final dé la razón más a la idea del hartazgo futbolero que a la admiración por la gesta de los de Pablo Laso, la enhorabuena y el aplauso por la temporada es de justicia€ aunque me gustaría que nuestro Unicaja jugase tan bien que los bajase del pedestal.