Abres los ojos a un nuevo día, aunque no hayas pegado ojo durante la noche acuciado por tus propios problemas, y muere un niño de hambre en el mundo. La vida no sólo es sentirse inmortal con unas copas el sábado noche (que también es la vida y ayuda a olvidar que mueren niños de hambre). En medio de toda esa certidumbre que nos supera la desigualdad que se ceba en los más débiles es lo que peor se lleva, si aún te queda conciencia…

Bombillas fundidas

La civilización era fabricar bombillas para que hubiera luz, no fabricarlas con obsolescencia programada para que los fabricantes florezcan abaratando costes y recortando derechos de sus empleados, a veces contratados como falsos autónomos sin que generen paro ni pensión apenas, y pagándoles a la china (¡oiga! pues si no tiene capacidad para contratar laboralmente lo que es laboral y no mercantil no contrate). La civilización no era utilizar a los ciudadanos, a quienes se les venden las bombillas fabricadas con fecha de caducidad, como mera fuente de financiación de quienes obtienen mayores incentivos por su talento para la rentabilidad financiera y el empobrecimiento social. Así cualquiera es un gran ejecutivo. Ni era que los capitales en vez de estar en la economía productiva se paseen cargados de adrenalina por los paraísos fiscales y la economía especulativa.

Dependencia vencida

La civilización no era eso pero a eso se parece si bajamos a la realidad, ésa que tan poco conocen muchos de quienes dicen trabajar con ella. Si tu padre lo que tiene es alzheimer, por ejemplo, y no patrimonio y una buena cuenta corriente, comenzarás con los informes médicos en la mano sacando tiempo de donde te perjudica sacarlo hasta gestionar su dependencia. Quienes llevan meses en ello -mi amiga dos años-, esperando que sus mayores sean valorados y posteriormente aprobada la ayuda, ya hasta se ríen, se han dado por vencidos. Me resulta preocupante observar cada vez más resignación en una parte de la sociedad desmembrada del vertiginoso viaje hacia ninguna parte en el que anda eso tan antiguo que llaman modernidad. Tras la brillante aparatosidad del diseño tecnológico se oculta el sucio engranaje de la desigualdad creciente.

Operación colombiana

Si te llama tu operador de internet será una chica colombiana, «contratada» como comercial, que oye a tu niño jugar mientras te pide el sí quiero a la oferta -con permanencia- para pagar menos por un servicio que ya es básico. Luego un verificador repetirá su letanía administrativa, comprobará tus datos y grabará parte de la conversación, un hombre máquina. Cómo se puede obedecer tanto. La chica colombiana, quizá enternecida por la voz de tu hijo o por su cultura latina, se ha salido de su papel de operadora semiatomática y te ha hablado de su sobrino en Medellín, de su única hermana allí y de su vida. Una tercera persona con la que te pasan lee a una velocidad de vértigo las condiciones que has aceptado y tus datos, y te informa seca y cansada de que te llamará un técnico y tal. La llamada del técnico será con una máquina de ésas de marque uno si está de acuerdo o dos si no lo está y si no te has enterado te lo repito una vez nada más...

No hay responsable

Con las vicisitudes posteriores comprobarás que ninguna de esas personas estaban conectadas como debieran, que no hay responsable a quien explicárselo, que la dirección que les repetiste para que no hubiera errores no la ha admitido la plantilla del software que manejan y está equivocada, que el teléfono móvil que les has dejado no es el que ha quedado memorizado en sus ordenadores no en red y siguen llamándote al fijo, aunque les habías advertido que no estabas en casa; y que nada de esto consigues explicárselo a alguien, un alguien que se responsabilice de algo. Ni el cliente tiene siempre la razón, como aseveraba aquella vieja directriz del comercio, ni queda nadie para dártela que no sea la posterior subcontrata legal para requerirte, cuando salte el automático de que algo falla, un pago por algo que aún no has contratado.

Ser y estar parado

Estas cosas definen nuestro tiempo pero no son noticia de portada. Como no lo son las condiciones a las que se somete a quien se queda en el paro, psicológicamente tan golpeado. Dos administraciones, la autonómica y la estatal, harán que tenga que ir dos veces a la misma oficina de empleo a pasar el trago. Y si en estos seis años había sido contratado a tiempo parcial, cotizando lo mínimo o, peor aún, como falso autónomo, en un mercado laboral hundido donde para encontrar trabajo no sólo sirven la preparación y las ganas, en vez de sentirse respaldado se sentirá castigado por haber caído en el paro. Parado eres y no ahora estás parado, parecen decirte. En fin, que me voy a la playa con el niño… Porque hoy es sábado.