El fútbol, que siempre tiene a gala ser un mundo en sí mismo, se ha estrellado con un enemigo de mucho cuidado. El FBI, y por extensión los servicios de policía estadounidenses, no conocen de compromisos y por tanto ninguna personalidad por relevante que sea puede estar tranquila en cuanto cae en sus garras. De ahí que la situación de los mandamases de la FIFA, una de las más poderosas organizaciones internacionales, sea de lo más apurada tras detectar la Oficina de Investigación Federal, por sus siglas en español, que se han cometido delitos en suelo americano.

Hace años, muchos años que algo huele a podrido en la FIFA. Ha habido denuncias sobre concesiones de campeonatos, sobre acuerdos comerciales y de patrocinio, pero las investigaciones no pasaron de ser amagos, o en su defecto no tuvieron el rigor y la insistencia precisas para desvelar un tinglado más que evidente. Tanto se confiaron entonces los dirigentes, convencidos de su impunidad, que han acabado por caer con las manos en la masa. Los delitos por los que el FBI los reclama, corrupción, blanqueo de dinero, soborno, evasión de impuestos, suponen muchos años de cárcel en caso de que se confirmen las responsabilidades.

No deja de ser curioso que sea una institución estadounidense, es decir de un país en el que el balompié ocupa un rango muy bajo en popularidad deportiva, la que haya puesto patas arriba el viejo orden futbolístico. Pero sabido es que los americanos tienen muchas menos reticencias en este aspecto que las más adocenadas Europa y América del Sur, como máximas representantes del impacto del fútbol.

Es evidente que en los países más futboleros siempre hay más permisividad con los dirigentes del fútbol, empezando porque se temen las consecuencias de meterles mano a dirigentes por las consecuencias de impopularidad que pueden suponer. Cuántas veces hemos oído que el Madrid y el Barcelona por ejemplo eran intocables porque a ver qué gobierno tenía la valentía de afrontar la sangría de votos que podía suponer en caso de que los clubes se viesen afectados por investigaciones -recuérdese lo que pasó de alguna forma en este aspecto cuando el Celta y el Sevilla fueron descendidos a Segunda División por deudas y con la reacción ciudadana que hubo acabaron recuperados para Primera y con la categoría ampliada a 22 equipos. Es verdad que las cosas están cambiando, como se puede comprobar por el caso Neymar, pero desde luego no con la velocidad y la contundencia con la que pueden emplearse organismos de Estados Unidos.