Hace un calor que muele las espaldas, atrae la venganza, incita al berreo y seca campos, gargantas y acequias. Cae sobre nosotros y nos vuelve irascibles, poco permeables a las críticas. Caminamos espectrales en busca del aire acondicionado y en el televisor de un escaparate salen fuentes de las que mana agua con la que soñamos. Se agotan las granizadas, los tímidos tienen asunto de conversación para los ascensores. Un niño corretea desnudo con los brazos en alto como si le cayera napalm mientras se quema los pies en una de esas plazas de asfalto caliente sin un puto árbol diseñada en ciudad mediterránea por un urbanista venido del frío.

Está el clima para sestear con botijo debajo de un olivo, para contemplar tordas en los bordes de una piscina, encamarse bajo un ventilador que esparza aire y esperanza o cerrar puertas y ventanas, clausurar la vida y darla por reanudada cuando el sol se rinda y vuelvan las sillas de enea a las puertas de las casas de los pueblos. No tardará en haber crímenes. El año pasado hizo más calor, dice el enterao meteorólogo de urgencia. Julio normal seca cualquier manantial. Por bestia suele quedar quien en verano quiere caminar. Hace un calor que muele las espaldas, nos moja la frente, destroza el ánimo y nos predispone al disturbio. Calor a toda mecha, infame, solano extraño que los afortunados en este día laborable combaten con baños de mar e idas y venidas a la esterilla de promisión del chiringuito, donde sirven helados vasos de cerveza. Si un instante perdemos en beberla tornarse podría en pipí de burra. Nadie tiene un abanico. Los están fabricando para la feria, tal vez. Dónde están los abanicos cuando una damisela no los bate coqueta. Dónde si ningún hombretón lo emplea para dar, enérgico, aire al cogote de una chica vestida de faralaes que se levanta la coleta.

Dicen que ayer fue seguramente el día más caluroso del año. Los hombres del tiempo son modernos profetas que nos adivinan el sudar o el temblar. Hay ciudades que sólo son noticia por el frío. Quema su tierra ahora sin que nadie de ellas se acuerde. El ejecutivo dandy jubila la chaqueta a su pesar, despide a la corbata sin indemnización y lamenta no haber adquirido frescos calcetines de hilo de Escocia ahora que los pies le arden enmedio de importante reunión. Hace un calor como de castigo para malnacidos, de novela del Oeste, como de relato sahariano, calor que atrae blasfemia, ira y café con hielo. Que llama a venganza, incita al berreo y seca campos y carajos. Ojú qué calor. Qué espectáculo de zombis por la ciudad. Espalda lacerada.