Gotas de electoralismo y encajes partidistas salpican las portadas, incluso aunque ya estemos envueltos en este tórrido verano. No suele ser el verano un avispero político. Pero sabíamos que este año era una ofrenda a la política, el año entero, y ahí enfrente está la traca final de las «plebiscitarias» elecciones catalanas y, sobre todo, de las Elecciones Generales, al repique del otoño donde caerán hojas en los parques y papeletas encendidas en las urnas. Por eso la portada de ayer de La Opinión se ofrecía a los lectores preñada de asuntos políticos como estos: el cisma entre Ciudadanos y PP en Mijas, la candidatura de la recién elegida parlamentaria Irene Rivera para ser diputada en el Congreso casi sin solución de continuidad, la experiencia política de la senadora Maite Otero con sólo 28 años, algunas columnas de opinión o las negociaciones del día después de Tsypras con la UE tras el histórico No de Grecia en el referéndum del domingo pasado.

La llegada de nuevos partidos al reparto de la tarta no ya electoral, sino institucional, ha removido cimientos, aunque muchos no lo quieran ver. Por muy lampedusiana que sea la cosa, eso de cambiar lo que haga falta para que nada cambie, todo cambia. Y por muchos errores clásicos que se cometan, utilizados por los antes instalados para identificar a los nuevo como lo viejo reciclado, la mirada sobre la praxis política de quienes se limitaban a votar o pasaban de hacerlo de la misma manera que nunca iban a la reunión de vecinos de su comunidad está cambiando.

Lo que no quita que quienes ahora utilicen el trampolín institucional para ambiciones personales habrán de arrostrar la responsabilidad del daño que eso hace a sus nuevas y regeneradoras formaciones políticas. La lupa está puesta y a través de su grueso cristal un rayo de luz puede quemarlo todo. Pongo la lupa en uno de los ejemplos mencionados.

«La vida es una aventura atrevida o no es nada», escribía la «ciudadana» Irene Rivera cuando se presentó a las adelantadísimas elecciones andaluzas. La frase, de la activista Helen Keller, incitaba a conocer a quien se proponía como cabeza de lista andaluza por el partido de Albert Rivera: asturiana que vive en Málaga, funcionaria estatal, piloto de helicópteros y jefa de la patrulla de la DGT en la provincia. Un currículo que alumbra la imagen de una mujer interesante, de indudable profesionalidad fuera de la política y que parece avalar una actitud de paso adelante y de servicio para cambiar las cosas.

Sin embargo, recién aterrizada como piloto de Ciudadanos en la Junta, ni más ni menos que tras el acuerdo de su partido que ha permitido la investidura de Susana Díaz, y tras haber declarado: «Empieza una etapa atrevida de regenerar la política andaluza», no resulta fácil comprender que ya quiera desvestir el santo andaluz para vestir otro en el Congreso. Más que un atrevido salto parece un frívolo atrevimiento. Lástima.