Parlamentarios disidentes de Podemos han reclamado a su líder Pablo Iglesias que democratice un poco las primarias para la elección de los candidatos del Partido de la Tele a las próximas generales. Iglesias, que es un leninista amable, les ha contestado con una lista designada a dedo en la mejor tradición española. Tanto, que en ella figura toda la dirección del movimiento y ni siquiera faltan una exnovia e incluso un guardia civil. Contra la casta, casticismo hispano.

Hay algo de ingenuo en esta denuncia de los 33 diputados descontentos porque la dirección tome el control de las listas que alumbrarán a los futuros padres de la Patria. Lo mismo hacen los demás partidos, sin mayor alboroto. Nada habría pasado, en realidad, de no ser porque el propio Iglesias situó el listón muy alto con su agresiva prédica de la virtud.

Esto es lo lógico en un sistema electoral que atribuye a los partidos, y no a los ciudadanos, la confección de candidaturas cerradas. Otros países más respetuosos con el elector dejan a este el margen de votar a listas abiertas y hasta la posibilidad de escoger al candidato que más les guste en una circunscripción única, tal que sucede en el Reino Unido. Obviamente, no se trata del caso de España.

Los discrepantes aducen en su manifiesto que Podemos es un partido de origen y costumbres asamblearias en el que la última palabra la tienen los militantes; pero acaso estén en un error. Como bien hizo notar su ideólogo Juan Carlos Monedero, lo que conviene a esta clase de movimientos es un «leninismo amable» que favorezca los liderazgos fuertes como el de Iglesias.

Otra cosa es que el concepto de leninismo amable sea más bien una paradoja comparable a la del «crecimiento negativo» de la economía o a la existencia de carniceros vegetarianos; pero la idea sirve para entendernos.

Lo que Lenin proponía -y la dirección de Podemos aplica- es el centralismo democrático: un añejo modelo de organización típico de los partidos comunistas. Este nada amable método leninista exige a los militantes el sacrificio voluntario de su libertad para obtener a cambio el mayor grado de eficacia en las decisiones. El jefe siempre tiene razón y, en el caso de que no la tuviera, se aplica el artículo anterior.

Tal procedimiento es del todo incompatible con la democracia asamblearia, naturalmente; pero todo se subordina al objetivo principal de «asaltar el cielo», por decirlo con la metáfora que Pablo Iglesias le tomó prestada a Carlos Marx. El cielo es el Gobierno; y su evangelio, el Boletín Oficial del Estado con el que pueden obrarse toda suerte de prodigios.

Un tanto descolocados, algunos de los parlamentarios de Podemos objetan ahora la marginación de los ´círculos´ y la renuncia a las asambleas de base que caracterizaban al movimiento. No es para menos. Pasar en apenas un año del asamblearismo al control y la toma de decisiones desde lo alto del comité central es un salto lo bastante grande como para despistar a los más fogosos.

Al partido nacido en los platós de la tele se le ha insubordinado parte de la audiencia, aunque solo sea un poquito. Nada que no tenga arreglo. Malo será que si los resultados de las generales vienen bien dados, como sugieren las encuestas, no haya pastel suficiente para repartir y dar sosiego a los díscolos. Dios o, en su caso, Iglesias, proveerán. Y a ver qué asamblea se resiste a aplaudir.