El año 1998 se estrenó una comedia cinematográfica francesa, La cena de los idiotas, que alcanzó gran éxito. Estaba basada en una obra teatral de Francis Veber (director también de la película) y describía las divertidas anécdotas de una velada en casa de un burgués bien instalado que junto con un grupo de amigos de la misma condición social tenían por costumbre invitar a alguien a quien consideraban escaso de luces para reírse cruelmente de él mientras cenaban. Cada miércoles en una casa distinta con el objetivo final de dar un premio al que hubiera traído al idiota de mayor entidad.

En una de esas, invitan a un modesto funcionario del Ministerio de Finanzas, pero la broma les sale mal porque el funcionario resulta ser un gafe antológico que los mete en problemas continuamente y acaba por descubrir no solo la trama burlesca de la que es víctima sino también la crueldad social que la anima. Con unos señoritos prevalidos de un sentimiento de falsa superioridad que les permite reírse de unos congéneres, supuestamente inferiores, por puro entretenimiento.

En la realidad, no creo que cenas de idiotas como las que retrata la película haya habido muchas, pero cenas con abundancia de idiotas, bien por casualidad, bien por afinidad, imagino que se dan con frecuencia. Y cenas de mero compromiso donde buena parte de los comensales no se pueden ni ver, y no se levantan de la mesa por educación o por no hacer un feo al anfitrión, pues muchas más. Digo lo que antecede después de haber sabido que el Rey emérito, Juan Carlos I, el jefe del Gobierno actual, Mariano Rajoy, y los tres que le antecedieron en el mismo cargo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, se reunieron a cenar en Casa Lucio, un restaurante madrileño que se hizo famoso con un plato de una rusticidad elemental: los huevos estrellados con jamón. Al parecer, fue iniciativa de Rajoy, que pretendía homenajear al Rey con ocasión de su onomástica y de paso agradecerle su dedicación a los asuntos de Estado durante su largo reinado. Y además dar una imagen de unidad de la clase política al máximo nivel en momentos que se presumen azarosos para la estabilidad del sistema político que surgió de la Transición.

La gestión de la cita no fue fácil. En parte por problemas de agenda de los comensales. Y en parte por la mala relación entre ellos. La mayoría (y no es un secreto para nadie) no pueden verse ni en pintura y a la mínima se dedican todo tipo de ironías y desprecios recíprocos. Según puede verse en las fotografías que nos ofrece la prensa, los dos gobernantes de la derecha se sentaron a la derecha del Rey, y los dos socialistas, a su izquierda. Hay quien deduce que la distribución de asientos se hizo por razones de estrategia política, pero también hay quien sospecha que Aznar y Rajoy se sentaron uno al lado del otro para evitar mirarse a los ojos. ¡Ah!, todos iban de corbata menos Zapatero.