El rey emérito reina en los circuitos gastronómicos. Últimamente ha comido en Mugaritz, el afamado restaurante de Andoni Luis Aduriz en Errenterría (Guipúzcoa), y dentro de nada no quedará mesa importante en este país que no haya honrado con su presencia, después de visitar en poco tiempo Arzak, Akelarre, El Celler Can Roca, Atrio y otros muchos.

Del mismo modo que el Estado era Luis XIV, se puede decir que Michelin es don Juan Carlos. El rey gastronómada, que el otro día compartió mantel en Casa Lucio con los presidentes de gobierno vivos de la democracia, se extrañó de que Mugaritz, sexto en la lista de Restaurant, no tuviera una tercera estrella francesa, algo que Aduriz le produce aún mayor perplejidad.

Esta segunda transición de la cocina emprendida por el rey emérito otorga a su papel de jubilado una proyección bastante más simpática que la de cazar elefantes en Bostwana. Los elefantes, a su vez y como cualquiera se puede imaginar, no le echarán de menos.

Un rey que, por razones de edad, ya no puede disparar a lo que se mueve es lógico que busque el placer por otros medios, y en cuestión de placeres, la mesa suele reservarnos los últimos. Los reyes que en la historia han tenido la fortuna de jubilarse sin más no tardaron en perseguir los amigos y el vino. El tránsito de las coristas hacia la felicidad es inmediatamente anterior al de las últimas libaciones. Figura en las biografías reales.

El caso es que don Juan Carlos se ha zambullido en el firmamento Michelin, va de mesa en mesa, sorprende a los chefs y a unos cuantos becarios en los fogones de autor que se hacen fotos con él. Siempre supo manejar bien las distancias cortas y ahora, cuando la monarquía encara el arriesgado desafío de la permanencia, está a punto de hacerse con un discurso culinario. Oído, Canal Cocina.