Treinta y siete grados. El día más cálido del año hasta la fecha. La población se divide entre los que huyen hacia las playas y los que intentan refugiarse en algún local climatizado. El sol resplandece inmisericorde en su cénit y las sombras se reducen al mínimo: los viandantes que transitan sobre la amplia acera se apiñan en el exiguo rectángulo umbrío junto a la fachada norte de la calle. La reflexión lumínica en el resto de la superficie, acera y asfalto, es de una magnitud tal que hiere los ojos. Las redes sociales arden -nunca mejor dicho- con las gracietas de los usuarios que intentan conjurar los efectos de la flama mediante el humor: están los que invocan la ola del melillero; otros citan las puertas del infierno; en cuanto a imágenes, el repertorio incluye cuerpos calcinados, bronceados excesivos y dragones incendiarios. Y mientras sopeso la oferta virtual de mi amigo Enrique de tomar una cerveza en la orilla de los Baños del Carmen, llega lo de Ciedes. Una propuesta de «vía verde ciclista y senderista» a lo largo del trazado del Guadalmedina de 5,17 kilómetros de longitud que no tiene ni un mísero árbol. Solamente hormigón y mobiliario. La idea es estupenda, pero la visión de la infografía que acompaña la noticia me hace sudar copiosamente. Pienso entonces que la ausencia de vegetación puede deberse a la necesidad de dejar expedito el cauce en caso de avenida, prevención muy lógica por otra parte, pero no es así: la zona mostrada en la imagen corresponde a la explanación junto a Huerto de los Claveles, que está más elevada que las calles que la circundan. Leo un día más tarde que «la actuación obtiene un respaldo unánime de partidos políticos, arquitectos y vecinos». El termómetro marca 32ºC. En fin. Seré yo el raro. A todo esto ¿y el río? El río bien, gracias.

*Luis Ruiz Padrón es arquitecto