El café vigoriza y eleva el ánimo, nos predispone al trabajo y abre los sentidos. El café da para mucho. El inolvidable Néstor Luján, escritor, periodista y gastrónomo (que afortunados los que en su persona reúnen estas tres condiciones) tenía hace años una sección en un diario barcelonés ya desaparecido (El observador), en la contra, que se llamaba ´Café negro´. Era una columna escrita con voluntad de estilo y gracejo, que rezumaba sapiencia. Pero sin pedantería. Ideal para ser leída y disfrutada en pocos minutos tomando un café, de pie, en una barra. Se podría establecer una relación entre el café y el columnismo, si bien es cierto que hay más partidarios de que la relación de la columna sea con la ginebra. De la cerveza nadie dice nada. Tenemos imágenes grabadas de las redacciones por las que hemos pasado, o del cine o el teatro en la que vemos a alguien escribiendo, redactando, pariendo o perpetrando una columna con una taza de café al lado. O un vaso de whisky o un ginebrazo con tónica. Pero no con una cerveza. Así como el café o el whisky estimula la escritura columnera o columnista, la cerveza lo que estimula es tomarse otra cerveza. No conozco a nadie que se tome una cerveza. Se toman dos. Cuando dicen vamos a tomar una cerveza, el que lo propone siempre se asegura de que su interlocutor sea de los que dicen después de la primera caña. «pedimos otra, ¿no?» Luján dedicó alguna columna al café, también a Josep Pla, al vino, a Francia, las ostras, la tortilla, el marisco, la Gran Guerra, el nacionalismo o los tranvías de la Barcelona del primer tramo del franquismo. De hecho, en su juventud fue acusado de azuzar una huelga y de ser, a fuerza de criticar los defectos tranviarios, de trazado, seguridad y puntualidad, un precursor del periodismo de denuncia social, dado que lo más atrevido que se escribía o podía escribirse en la época sería una osada adjetivación de un lance de un partido de fútbol. El café vigoriza y eleva el ánimo, nos predispone al trabajo y abre los sentidos. Pero luego hay un segundo café ya cuando uno está bendecido por la ducha, con la radio oída, los titulares y tuits testados y el primer cabreo digerido. El que toma uno con los compañeros escapando de la oficina como preso que anhela el patio. A veces ahí alguien comenta la columna de algún articulista, bien para glosar y ponderar su ingenio, para ensalzar su sagacidad o acordarse de la, seguramente respetable, madre que lo parió. O a veces todos los cafeteros llevan varias columnas en el cuerpo pero como están haciendo la digestión de ellas no dicen nada y prefieren hablar de las rebajas, de si habrá iPhone 7, del ajoblanco o de la conveniencia, publicitada ya por reputados científicos, de la coyunda en hora nona. El café da para mucho. Y si es largo da para tres columnas, toda vez que el ´mitad´ da para columna y media y el manchado lo ve uno más como para leer reposadamente un reportaje de fondo y no un chispazo umbraliano, por ejemplo. Yo al solo le llamo negro desde que leía a Luján, que hizo un novelón espectacular sobre el conde de Villamediana, que no tomaba café y sí damas, cargos y fortunas. Lo cual le elevaba el ánimo.