Este verano hemos vuelto a escaparnos unos días a Bolonia, una pedanía del término municipal de Tarifa. La realidad es que hemos estado en un paraíso que descubrí el año pasado y que, mientras podamos, nuestra visita será obligatoria. Parece mentira que esa playa tan espectacular exista y que sólo esté a 200 kilómetros de casa. Partamos de la base (los que me conocen ya lo saben) que yo soy más de chiringuito con cervecita helada que de tumbona en la orilla y que mi bañador no toca el agua del mar ya estemos a 40 grados. Pero no dejo de reconocer que aquella playa es maravillosa, una playa virgen de más de 3.000 metros de largo y 70 de ancho, con un agua limpia y cristalina de 9 de la mañana y a 8 de la tarde.

La playa acaba hacia el oeste en una impresionante duna declarada monumento natural, que parece como vigilada por el Faro Camarinal. Muchos se atreven a subirla. Yo prefiero contemplar su belleza desde abajo por aquello de que me da por sudar sólo de pensar que sea yo quien tenga que subir.

Nuestro madrugador paseo diario por la orilla, mientras divisas las costas africanas, te hace perder la noción del tiempo y que no te des cuenta ni del calor que hace. Estos paseos acaban en las piscinas naturales que se encuentran hacia el este de la playa. Se forman por el agua del mar que queda atrapada entre las rocas cuando baja la marea. En esta zona se encuentran los famosos chorros de agua natural que junto a la roca de pizarra forman un barro terapéutico. La gente se embadurna con este barro (yo, ni de coña). En la playa también podemos visitar las ruinas de una ciudad romana, la ciudad de Baelo Claudia. Es sorprendente el buen estado de conservación que tienen.

Este año hemos alquilado un bungalow muy coqueto en primera línea de playa. Allí nos hemos instalado unos días abandonando por completo nuestra vida cosmopolita y hemos hecho el hippie dejándonos atrapar por la tranquilidad y la paz que allí se respira. Hemos vivido sin muchas de las comodidades a las que estamos acostumbrados (por ejemplo sin televisión) demostrándonos que cuando eres feliz nada de esas cosas necesitas.

Dentro de aquel paraíso hay otro paraíso, pero gastronómico: el restaurante Las Rejas. Nuestro bungalow estaba a diez metros del restaurante y allí hemos degustado manjares tales como el atún en manteca, las croquetas de chocos, las tortillitas de camarones (nada que ver con las que puedes comer aquí) o los chocos en su tinta. Es imposible irte de Bolonia sin almorzar un arroz con carabineros de Las Rejas. Hasta Gabo, nuestro perro, echaba el ancla en su paseo cuando pasábamos por la puerta del local y de allí no había quien lo moviera, ante las risas de los dueños contentos por la fidelidad como cliente de Gabo.

Él también disfruta de sus vacaciones en Bolonia. En aquella playa es habitual ver muchos perros y, aunque Gabo es de secano como su dueño, allí se lo pasa pipa corriendo para que no lo pille la ola en la orilla o jugando con otros perros. Hasta ligó el tío con una perrita shih tzu como él (Mopi se llamaba).

Pero el paraíso perfecto supongo que no existe y aquel tiene también su defecto. El viento. Ahí te das cuenta de por qué el clima de Málaga es incomparable. Cuando el levante se pone de verdad hace que no puedas salir de casa. Eso nos pasó un día. No pudimos salir ni a la puerta porque el viento y el calor dejaron desiertas tanto la playa como las calles de la pedanía. Pero si eso sucede no hay mejor excusa para coger el coche y hacer un poco de turismo por la zona y conocer Zahara de los Atunes, Caños de Meca o El Palmar. Pero sin duda, nada como Bolonia y su escasa masificación demográfica, que uno ya no tiene edad de buscar cachondeo ni música de «chunda chunda».

Pero sin duda, quien más se divierte allí es Ana. Disfruto viéndola buscar la casa que alquilaremos tres meses antes, cómo se emociona en el viaje de ida o cómo disfruta de cada minuto de nuestra escapada. Mi felicidad es verla así de feliz. Se que ya está contando los días para que llegue el próximo verano y volvamos a su paraíso. Por eso Gabo y yo la seguiremos llevando mientras ella quiera. ¡Hasta el año que viene, Bolonia!