Cada verano recuerdo cómo mi primer director en La Opinión de Málaga, Joaquín Marín, decía que ya se hablaba y él mismo escribía informaciones sobre el tan traído, pero aún no ejecutado, proyecto de saneamiento integral de la Costa del Sol cuando hacía sus prácticas periodísticas. Varias décadas después, los malagueños y turistas no podemos todavía disfrutar de unas playas decentes, de una calidad de agua que no haga que uno llegue a la orilla con cara de asco. Un caldillo inmundo con todo tipo de ingredientes que salen de unos emisarios que no cumplen su función y que devuelven al rebalaje aquello que previamente se tragaron nuestros inodoros. Como el chiste del gran Morta, «no sé si sopla levante o poniente, pero el mojón va pa ti».

Luego están las mal llamadas natas. Aunque si utilizamos este término como mínimo tendrían que ser montadas. Qué habitual es la imagen del valiente bañista agitando el agua para apartar este mejunje antes de darse una zambullida.

Súmenle a todo esto la plaga de medusas que estos días visita nuestra costa, las únicas a las que parece que no le importan estas condiciones, atraídas por la buena temperatura del agua y con ganas infinitas de abrazarse a las piernas de los playeros... Con lo fresquita que está el agua de la ducha y lo socorrido que siempre ha sido el cubito.

Hay que tener ganas de playa... De soportar caravanas. De cargar con bolsa, cremas, sillas, sombrilla, el cubo y las palas, la niña que le quema la arena... Ay, uno que iba antes tan solo con una toalla y un libro. La playa es absolutamente antiglamurosa...

Por cierto, escribo estas líneas para enviarlas a la redacción justo antes de irnos a la playa. Qué bien tenerla tan cerquita, tan a la mano. Qué privilegio poder darte un baño para combatir los rigores estivales, cada vez más rigurosos, por cierto. Qué alegría poder hacer castillos de arena en la orilla con tu hija, de comer espetos en el merendero, de tumbarte en la hamaca sin que nada más importe. Qué bien se está desconectando y solo escuchando el rumor de las olas cuando atardece y se va quedando vacía, mirando al horizonte infinito que, pese a todo, parece cercano. Y encima gratis. Olviden los pequeños inconvenientes de antes... ¡Vivan la playa! ¡Viva la playa!