El ruido de las máquinas en la calle forma parte ya de mi día a día. Sin vidrios de nueva generación de por medio, se cuela en mi casa cada mañana antes de enfrentarme al laberinto de nuevas señales y desviaciones que debo atravesar para llegar al Centro. Las obras del metro ya están aquí. En la puerta de mi casa. Me saludan casi como un vecino más. En un primer momento creo que las máquinas ya están trabajando en el tramo Renfe-Guadalmedina, que luego continuará hasta la Alameda. Y me pongo a temblar pensando en lo que me espera aunque sobre el papel el final del metro esté fijado para 2017. También en El Perchel iban a tardar 13 meses pero luego se convirtieron en más de 40, para desesperación de comerciantes y vecinos que aún no se han recuperado del todo y tardarán en hacerlo.

Confío en que la experiencia acumulada en los tramos ya realizados sirva para no cometer de nuevo los mismos errores. Pero está claro que la historia del metro de Málaga continuará en la misma línea hasta el final. Como una aburrida película de sobremesa en la que ni las sorpresas sorprenden ya. Ahora el Ayuntamiento ha vuelto a pedir cambios para autorizar el inicio de la obra del tramo de la Alameda. Y no una ni dos, sino 39 modificaciones que afectan al proyecto de desvíos de tráfico y movilidad necesarios para poder comenzar los trabajos. Un documento consensuado desde mediados de abril tras horas de negociación y que De la Torre vuelve a cuestionar aunque desde el 24 de mayo ya no cuente con la garantía de la mayoría absoluta. Poco parece importar que el tiempo vaya pasando y los plazos se agoten bajo la vigilante mirada de los inversores, el Banco Europeo de Inversiones (BEI) y la concesionaria, Metro Málaga. Da igual. Los cambios solicitados obligarán a una nueva revisión de documentos, más reuniones y otro retraso. La historia del metro vuelve a dilatarse mientras yo me entero de que el ruido que escucho aún es del tramo de El Perchel. Paciencia.