Cuando había sólo tres o cuatro partidos las combinaciones para alcanzar mayorías eran limitadas. Encima antes los partidos se sentían atados a unos magnetismos (como derecha e izquierda) que limitaban sus movimientos. Desde que se ha fragmentado la representación, y desaparecido además del escenario las cargas magnéticas, la combinatoria se ha ampliado tanto que los electos tienen que mirar a todos lados para armar sus estrategias, y de paso por los tres retrovisores para ver qué hacen los otros. Aunque todo eso está bien, pues fluidifica lo que estaba agarrotado, el problema está en que mirando a tantos lados se deja de ver la carretera, con el riesgo de batacazo del interés general y de la propia identidad. La carretera nunca puede ser otra que la de los propios programas y la voluntad de pactar en función del peso de cada partido, para afrontar los problemas reales de la gente.