Llegados a este punto de la situación griega, es más inteligente y efectivo mirar hacia el futuro que supurar bilis por los errores del pasado próximo. De nada sirve ya dar vueltas a si Tsipras erró con el referéndum o a si Merkel y sus secuaces han buscado más humillar al adversario político y dar ejemplo ante otras posibles aventuras populares que el asentamiento del proyecto europeo. Lo fundamental ahora es que fluya el dinero en Grecia, que los bancos vuelvan a la rutina, que las colas ante los cajeros sean historia, que las empresas y los ciudadanos vuelvan a producir y a intentar ahorrar, que la inversión extranjera retorne, que Grecia vuelva a ser vista como un paraíso mediterráneo para el turismo -aún con precios más altos por el IVA- y no como un territorio en conflicto, que el país, en definitiva, crezca y lo haga con transparencia, sin maquillar cifras, sin burbujas ni artimañas contables. Lo peor ahora sería un conflicto político interno que derive en unas elecciones anticipadas. Cierto que el contexto social no es nada fácil (subida de impuestos indirectos, los que afectan a todos, ricos y pobres; privatización de bienes, aumento de la edad de jubilación...) y ahí debe jugar su papel también la jerarquía europea. Se requiere flexibilidad y mano izquierda si alguno de los compromisos no se aplica a la velocidad firmada (igual que se ha actuado con España y el cumplimiento de los objetivos de déficit). Se requiere apoyo para que la ciudadanía griega no haga malabarismos sin red sobre la cuerda floja. Porque no solo se la juega Grecia; la Europa que Merkel y los mercados han querido para todos, también. Nos nos pongamos vendas en los ojos: el modelo liberal (ultraliberal, si quieren) gana cada día protagonismo en Europa. Arrolla en todas las batallas libradas sobre moqueta. Pero algo queda de la esencia solidaria y protectora del viejo proyecto para el continente cansado. Por eso Grecia y sus ciudadanos aún desean ser Europa. Conviene que, tras el sometimiento de Tsipras (eso ya es pasado), vuelvan a la primera línea del debate los políticos y se aparten a un lado los acreedores. El futuro es aquello que esperamos, decía no un filósofo griego, sino San Agustín. Así que futuro debería ser igual a esperanza. Que así sea.