Los drones se van colando en nuestras vidas de forma amigable, con usos de tan buena ley como la vigilancia de playas o el reparto de pizzas. De igual modo es de buena ley vigilar con cámaras el metro, las calles, los comercios, los semáforos, las autopistas y hasta las comunidades de vecinos. Luego están los usos individuales de las videocámaras, incluidas las de los móviles, o de las grabadoras. Desde tierna edad, la gente asume el empleo de vigilante, o sea, de espía. Hasta los animales han tomado nota, como la gaviota de las islas Cíes, y ya se piensa en las aves domésticas para la videovigilancia. Si añadimos que un ordenador en red es un espía en casa, o que cada curiosidad nuestra en Internet queda registrada, igual que toda conversación, la palabra intimidad tiene días contados, salvo para su uso en la fantasía poética. Ni el Chapo Guzman se libró de que le grabaran la fuga.