Recuerdan ustedes aquello de «mi amigo Tony Blair»? ¿Se acuerdan también de lo de «mi amigo George Bush». La de bromas y gags televisivos protagonizados por muñecos de látex o personajes de carne, hueso y bigote postizo que se hicieron a cuenta de estas palabras del entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, que se codeaba -y ponía los pies encima de la mesa en las Azores- con los entonces más importantes líderes mundiales. Ahora se reproducen las escenas, con salvedades, pero en el lado contrario del espectro político, en una muestra más de que los polos opuestos terminan atrayéndose.

Ahora el amigo se llama Alexis. Alexis Tsipras, presidente de una Grecia en horas muy bajas y que ha terminado por sucumbir a las exigencias de quien tiene la sartén por el mango. «Ni a Alexis ni a mí nos gusta el acuerdo», dijo hace unos días Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, el Syriza español, situándose al mismo nivel que el primer ministro. Se refería al obligado pacto firmado por el país heleno para recibir un tercer rescate de Europa a cambio de unas restricciones aún más estrictas para el pueblo griego. Mucho más que las condiciones que desestimaron en referéndum apenas una semana antes. Pasaron de la euforia, pese al corralito, a la decepción en apenas unos días, pero eso sí, después de varios millones gastados en esta cita con las urnas que, a la hora de la verdad, no ha servido para nada.

«Ni a Alexis ni a mí nos gusta el acuerdo, pero era eso o la salida del euro», reconocía Pablo Iglesias. Su amigo griego, el primer ministro, el mismo que ni siquiera se detuvo para saludarle en el Parlamento Europeo a pesar de los intentos bastantes evidentes de Iglesias por propiciar un encuentro ante las cámaras, tiene que servir de referencia, de modelo y de ejemplo también para esto. Es decir, para no plantear utopías que terminan por desilusionar y frustrar a unos ciudadanos ya de por sí desencantados con la situación económica y política. Para ajustarse a las reglas del juego. No es conformismo. Es sencilla y llanamente realismo. Y una cura de humildad brutal.

Podemos parece que se diluye cual azucarillo en las encuestas. Tenían que llegar a las instituciones y una vez en los gobiernos están mostrando su verdadera cara. Ahí, y en el proceso de primarias en el que solo puede presentarse uno. Él mismo. «Aguanta Alexis», pedía Iglesias en un discurso. «Aguanta que llegamos». De momento, lo que llega es un nuevo aval de España, pese a todo. Solidaridad.