El calor ha terminado de desecar la partida de Carlitos y Asturio, allá en el Café Valentina, donde el otro día un mastuerzo saltó un ojo con un bastón a un viajante de Getafe que sólo quería vender toallas, pero que acabó discutiendo sobre la conveniencia o no de la vuelta de la capa española como atavío principal contra el frío de enero. Esto en pleno julio, a cuarenta grados y tras ingerir un litro de anís, dos de Valdepeñas y uno de clarete. El que le saltó el ojo era, claro, el partidario de una renovación en los usos abriguísticos y por tanto, acendrado detractor de la capa, si bien, su manera de expresar los argumentos induce en buena medida a que sus conocidos lo encuadren en el tremendismo y no en una u otra corriente concreta de la reflexión acerca de la moda masculina.

El sucedido ha salido en los diarios locales y no por eso el Valentina ha disminuido su clientela. Más bien al contrario, la ha aumentado, dado que el morbo es consustancial al español. Tanto como la siesta, la envidia, el vermú con aceitunas negras o los pedos en las tardes en las que la esposa o madre ha preparado con amor y tino una alubiada. Sin embargo, pese a la mayor afluencia, lo que da un aumento claro de los beneficios para la propiedad del establecimiento, la partida de Carlitos y Asturio queda huérfana porque los habituales no soportan esta ola de calor que bien podría ser obra del diablo, como dijo el cura Bonifacio, que tiene tanta bondad como tendencia a dejarse largos los pelos de las orejas. Bonifacio estuvo incluso meditando la posibilidad de escribir un tuit sobre lo indigno y castigante de las temperaturas pero después de mucho pensarlo leyó uno de un tal Micebrina que optó por retuitear, dado que, como explicó después a Matildita, la jefa de camareros, «resume inconmensurablemnte mi pensamiento». El tuit decía: hace un calor que cuartea el escroto.

Matildita no sabía lo que era un escroto, o al menos, que el escroto se llamaba así. Tampoco leyó el tuit. Tampoco sabía lo que era inconmensurablemente. Y crea el atento lector que poca falta hacía para su desempeño profesional, diríamos que incluso vital, que Matildita, de 23 años, dominara tales conocimientos, siendo como era limpia, pulcra en el quehacer con los clientes y educada como corresponde a persona que no sólo sabe las cuatro reglas y las capitales de Europa, sino que además toma la iniciativa cuando se trata de dar los buenos días o las buenas tardes. O recomendar un vino. Nadie juega con Carlitos y Asturio. Hace mucho calor para ir a la hora de la partida, aducen. Hoy van a dedicarse entonces a provocar a los mastuerzos. Unos pocos han entrado ya.