Algo se avanza al combinar el ranking del PIB con el coste de la vida en cada lugar, pues a la hora de la verdad no cuenta sólo la renta per cápita, sino lo que se pueda hacer con ella. El siguiente paso sería introducir un factor de calidad de vida, ponderando el medio ambiente, la seguridad y los servicios públicos. Un paso más sería incluir las condiciones laborales, la pendiente social y el respeto a los derechos. Así tendríamos una moral pública, que sirva para medir lo bueno y lo malo. El último paso sería meter también la moral pública. Bien, no corramos tanto, conformémonos de momento con ir dejando atrás el obsceno PIB puro y duro, una ideología con forma de indicador al servicio del productivismo económico y el capitalismo más neandertal. La abolición del PIB sería una verdadera revolución cultural, y también cultual, pues el culto al PIB es el eje de la religión dominante.