Viajar es un placer. Aunque el verdadero placer pareciera ahora que es viajar... barato. No falla. Dispones tu viaje, reservas tu vuelo, tu hotel, apalabras un coche de alquiler y organizas un presupuesto. Luego te vas al bar de guardia a tomar una caña con amigos o conocidos o incluso familia y, siempre, siempre, hay alguien que te comenta lo barato que le ha salido a él el viaje. Que además es el mismo que el tuyo. O es el mismo que el que has reservado pero que el interlocutor hizo el año pasado.

-¿Mil euros?...

-Pero hombre, tú dónde has buscado si yo estuve hace un mes por sólo 675...

Te entra complejo de viajero, pero de viajero tonto. El principal viaje para no pocos es el de internet en busca de ofertas. De toda la vida, turista es el que goza del destino y viajero, el que disfruta ya en el traslado. Hoy en día el traslado es un pesado ir y venir y esperar y pelear y pagar oro por un sandwich de plástico en un aeropuerto. Pesadas colas de seguridad donde enseñar hasta los céntimos y las entretelas. Antes el viaje era ya la víspera. Ese dulce pasar páginas deliciosamente de una guía bien ilustrada de Egipto o California, Croacia o Venecia, tal vez la India o Nueva York. Ahora la víspera es estar soliviantado no vaya a ser que cierres el viaje y salga Trivago con un ofertón de no te menees. Claro que si no te meneas no viajas. Hoy en día los viajes son imprevistos: aquí te pillo, aquí te reservo. No hay planificación. No hay ´vámonos a Roma en octubre´. Lo que hay es vámonos en octubre donde haya una oferta. No hay apetencias de destino, hay apetencias de baratura. Tal vez sea bueno que así sea pero pareciera que el hombre moderno viaja donde los buscadores quieren. Lo mismo a esta hora hay alguien que jamás ha probado a perderse por Estambul porque todas las ofertas vista cuando Turquía le apetecía lo mandaban a Túnez. Y en ese plan. Se podrá aducir que la cosa es producto de la crisis. Que hay que ir donde dicte el bolsillo y no el estómago o la querencia artística, pero reconozcamos que no poca gente es fácilmente seducible por el precio. Luego pasa lo que pasa, que lo barato sale caro y el tres estrellas es una pensión de mala vida y la playa a cinco minutos es para relojes que están parados. Viajar es un placer mensual. Para el afortunado. Para el común de los nacidos es anual y gracias. Sea como fuere, viajar expande la mente, ahuyenta nacionalismos, culturiza y previene contra la intolerancia. Demasiada gente no viaja y cree que su campanario es el mejor del mundo. En él se refugian y hasta lo quieren independiente. Y hasta sin internet...