Buena parte del conflicto sobre la web rectificatoria de Manuela Carmena estriba en la locuacidad de su grupo municipal. Proceden sus miembros de distintos sectores de la izquierda libertaria que nunca antes había gobernado ni entiende la necesidad de locución unitaria: es decir, de una portavocía que cohesione los mensajes antes de emitirlos. Así ocurre que la dichosa web seguirá tal cual o con cambios, los cambios serán diferentes según quien los defina, tendrá carácter informativo o reivindicativo, etc. Un galimatías impropio de la alcaldesa que ganó Madrid con un programa electoral humana y socialmente esperanzador frente al de Esperanza, la liberal que sigue soñando con emular a la nefasta Thatcher 25 años después de su caída y cuando toda comparación con los dirigentes neoliberales de hoy, incluida Merkel, les parecería odiosa.

La señora Carmena da la impresión de no controlar a los propios en términos elementales de liderazgo. Pero el problema no se limita a ella sino que aflora en otras instancias territoriales ganadas por sus afines, cuando ceden a la pasión del pronunciamiento contradictorio. Seguramente responde a la bisoñez en el ejercicio gubernamental, pero la reacción conservadora -o corporativa- no está dispuesta a reconocerles un periodo de gracia. La web del consistorio madrileño podría justificarse muy bien sin reinventar el derecho de rectificación, cuya defensa esta garantizada por un texto legal que los jueces conocen al dedillo por ser quienes lo administran en exclusiva. Tal como ha rodado el conflicto, la web en cuestión ya tiene una imagen sospechosa y negativa. Su mejor desarrollo sería la eliminación.

Carmena y Colau han rectificado o matizado varios puntos de su programa, presionadas por la realidad o la contestación mediática. Preservando los principios, los ajustes favorecen la buena imagen del político realista a condición de unificar sus mensajes al todo social, no solo a los adeptos. El cambio es irrenunciable pero su profundidad democrática no admite errores. La locuacidad diferencial está bien para el debate interno pero engendra confusión en la ciudadanía. El homo sapiens de Linneo, se ha convertido en una mezcla del homo videns de Sartori (colonizado por las televisiones y las redes digitales) y el animal loquax de Cassirer, que da publicidad al monólogo consigo mismo. O sea que hemos involucionado del ser que piensa al que tan solo ve o tan solo habla. El buen político debería proponerse reconquistar al primero.