Hay un anuncio de un magnífico fuet en el que la jefa de la casa, una masía, se enfurece e incluso inicia una investigación por ver quién se ha comido dos barritas del producto. Dice que se compraron hace sólo uno o dos días. Resulta que en la casa habitan el ciento y la madre. O mejor dicho, la madre, el padre, el abuelo (con panza) y los niños, particularmente cabroncete el nene, por cierto. La idea es que está tan bueno (el fuet, no el niño) que es irresistible y dura poco. Bien. Mensaje captado. El problema es que no entendemos la recriminación. Con tanta gente, no sabe uno cuánto quiere la ahorratriz que dure el fuet. Lo extraño, con tantos comensales y lo apetecible del producto, es que dure un día entero. Yo siempre he sido muy de jalarme un fuet, tamaño comercial, entero para merendar. Dejé de hacerlo cuando descubrí que el mundo gastronómico iba algo más allá del bocadillo de embutido. Entonces, comencé a comer fuet sin pan. Viene esto a cuento por esa especie de ola de luteranismo virtuoso o proselitismo de la contención o ensalzamiento de la austeridad que parece entra de cuando en cuando por estos lares. Estos lares es España, a ver si se van a pensar que somos como los que evitan el término. Cierta derechona decía antes que la izquierda cuando lograba el poder alentaba teleseries con personajes de comportamientos rompedores o avanzados para ir haciendo el cuerpo a la sociedad y a la opinión pública a la hora de legislar sobre derechos civiles. Vamos, que había gente que decía que en las series de hace un lustro o dos salían gays para que nadie luego se escandalizara porque los gays se casaran. Bueno, pues ahora podríamos colegir, imbuidos de ese espíritu sobre las conspiraciones, que hay productos audiovisuales inspirados por los conservadores para enseñarnos el ahorro de la virtud.

A mí, cuando me entra el ahorro de la virtud meto diez euros en el banco. Si me vuelve a dar, me pongo una camisa de fuerza. Luego, cuando llega el día 25 del mes saco los diez euros para comer pan. Esta vez, ya sin fuet. El fuet me lo como el día uno con la paga íntegra. El día dos compro otro fuet, que no veas si les gusta en casa. El día tres no inicio una comisión de investigación sobre el fuet perdido, más bien me compro salchichón de tercera, que siempre es un consuelo, llena mucho y acompañado de pan tostado ligeramente, muy levemente, untado con aceite resulta ser una maravilla al alcance de casi cualquiera. Bueno, del niño de la masía no, que los estantes están muy altos.