Bien está que ayer el presidente del Poder Judicial y el propio Rey hayan recordado ante Artur Mas que sin imperio de la ley no hay democracia. De hecho las elecciones no servirían de nada si las leyes que aprueben los elegidos luego no son respetadas. Esta piedra angular es la que está moviendo, y pretende sacar de su sitio, el presidente de la Generalitat. La Ley en este caso es la Constitución, elaborada por consenso, votada por abrumadora mayoría en España y en Catalunya, y apadrinada por el mismo partido en el que milita el promotor del despiece, o sea que no hay coartada posible. Hay que imaginar que a Artur Mas le invada de cuando en cuando un sentimiento de irrealidad, como de estar viviendo un sueño, bueno y malo a la vez, con deseos alternos y encontrados de que se cumpla o de que acabe de una vez la pesadilla. Si esto no le ocurre, el diagnóstico del mal sería peor.