Arabia Saudí e Israel están preocupados por el acercamiento entre Washington y el régimen de Teherán, su mayor enemigo. El Estado judío, con un gobierno cada vez más extremista, no ha dejado ninguna duda de que hará todo lo posible - lo ha intentado ya- por torpedear el acuerdo nuclear.

Los saudíes, por su parte, que han pugnado siempre con Irán por la hegemonía regional gracias tanto a sus petrodólares y a la influencia que le da en todo el mundo islámico su custodia de La Meca, centro de peregrinación anual de millones de musulmanes, desconfía cada vez más de la superpotencia: su principal aliado y proveedor de armamento.

Alianza "non sancta" la de la feudal Arabia Saudí con Occidente ya que a ese país no le ha impedido financiar a lo largo de los años a los movimientos islamistas más brutales en los principales focos de conflicto como Afganistán, Bosnia o Chechenia, y construir y mantener mezquitas en las que se predica el wahabismo, la versión más radical e intolerante del Islam.

Dos arabistas de prestigio en medios académicos occidentales como Bernard Lewis pero sobre todo Samuel Huntington, pronosticaron en sus artículos y libros que el gran choque no sería en un futuro entre ideologías, sino entre civilizaciones, y en especial entre el Islam y el Occidente judeo-cristiano, considerados como incompatibles.

Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas neoyorquinas parecieron por un momento avalar esa tesis, que criticó, sin embargo, el intelectual de origen palestino Edward Said por considerar que presentaba al mundo islámico de modo esencialista como un bloque monolítico e inmutable, lo cual no es en absoluto cierto.

Y los hechos parecen darle la razón al fallecido autor de "Orientalismo" si vemos lo que ha ocurrido en Irak, en Siria, en el Líbano y otras partes de Oriente Próximo, en los que la violencia ha estallado entre distintas ramas del islam, y principalmente entre suníes, apoyados sobre todo por Arabia Saudí, y chiíes, sostenidos por Teherán.

En la guerra civil siria, el régimen de Riad está apoyando masivamente con dinero y armamento a grupos rebeldes que tratan de derrocar al presidente asharf al-Asad, a quien los saudíes consideran una marioneta de Teherán, mientras que otras informaciones apuntan a la ayuda que Riad parece haber prestado al Estado Islámico en el norte de Irak.

Son todas ellas guerras por delegación que libran iraníes y saudíes, como lo fue también en su día la que libró el Irak de Sadam Husein contra el Irán del ayatolá Jomeini, promovida entonces por Washington en un infructuoso intento de deshacerse del régimen de Teherán.

Un nuevo episodio en esa pugna en el seno mismo del Islam, que, pese a su apariencia religiosa, obedece sobre todo a móviles políticos, es el ataque lanzado por Arabia Saudí contra los rebeldes hutíes del Yemen, esa gran franja de tierra al Sur de la Península Arábiga.

Lo novedoso es que los saudíes, que hasta ahora habían pagado a otros para que lucharan por ellos, es decir, en defensa de sus intereses, hayan decidido en ese caso tomar directamente cartas en el asunto.

Imitando tácticas aprendidas de sus maestros y proveedores de armas, los saudíes se han dedicado a bombardear desde el aire, es decir con el mínimo riesgo para sus propios combatientes, a los rebeldes hutíes, a quienes Riad parecer considerar simples peones de los iraníes.

Hasta ahora, la campaña aérea lanzada por Riad, que no ha tenido el menor empacho en invadir el espacio aéreo de un país vecino y pobre, con el pretexto de la guerra civil, ha causado varios miles de víctimas mortales, entre ellos numerosos civiles, sin que, como suele ocurrir cuando las víctimas no son europeas ni israelíes, la llamada "comunidad internacional" haya apenas protestado.

Los bombardeos saudíes sobre el Yemen han servido por un lado para enseñarle los dientes a Teherán y de paso aumentar la popularidad entre los suyos del joven ministro saudí de Defensa y segundo en la línea de sucesión del régimen, el príncipe Mohammed bin Salman.

Mientras tanto, otro Mohammed, el ministro del Interior bin Naif, lleva a cabo una guerra sin cuartel en el interior del país contra los yihadistas sunitas, que por primera vez no sólo atentan en otros países, sino que han llevado su lucha al interior de Arabia Saudí, es decir con la propia monarquía como blanco.

Bin Naif tiene que mostrar mano dura contra quienes se rebelan dentro contra el régimen, sobre todo habida cuenta de que aproximadamente un 15 por ciento de los 20 millones de saudíes son chiíes si bien viven sobre todo en la parte Este del país y están mayormente discriminados por la mayoría suní.

Fueron esos chiíes quienes, animados por las rebeliones populares en Túnez y Egipto, esta última aplastada a sangre y fuego por el golpista y hoy presidente Abdelfatah Al-Sisi, se lanzaron a la calle hace cuatro años en Arabia Saudí para reclamar sus derechos, pero fueron también duramente reprimidos por el régimen.

Mientras tanto, el mal llamado Estado Islámico aprovecha el caos reinante en todas partes sin respetar tampoco a ese país, que combina el turbocapitalismo con la opresión de la mujer y toda suerte de violaciones de los derechos humanos, y así el pasado mayo se atribuyó varios ataques contra mezquitas chiíes que causaron más de dos decenas de muertos.