Buscaba aquel libro de viajes. Apropiado para estos días en los que el horno en que ahora se ha convertido el aire parece ser el mensajero de lo que nos vendrá de otras latitudes con sus no inesperados horrores. Tan actuales que ni el gran Conrad pudo intuirlos. Finalmente lo encontré en un rincón de la biblioteca en la que un servidor de ustedes vive. Durante años Ruth Rees -gran periodista y ardiente hispanófila - me había aconsejado su lectura: A short walk in the Hindu Kush, de Eric Newby. El maestro al que ella admiraba por su sentido del humor y su prosa oxfordiana. All bones and muscle. Todo de hueso y músculo. Eric Newby nos relataba un viaje maravillosamente extraño que hizo a las montañas más duras de Afganistán, hace algo más de medio siglo.

Ruth Rees fue una extraordinaria periodista y ensayista británica que amó profundamente esta costa en la que vivimos y muy especialmente al Torremolinos mágico de mediados del siglo XX. Sorry, Ruth! No se me ocurre un adjetivo mejor para aquel lugar, ya legendario, en el que tuve la suerte de vivir y en el que pude conocer a seres humanos excepcionales. Como Ruth Rees.

En el libro que Ruth me recomendó -y que finalmente me regaló en julio de 1995- me dejó un mensaje de amistad «con respeto y afecto». Los mismos -corregidos y aumentados- que siempre he sentido por ella. Desde que la conocí en Torremolinos, en los años sesenta, jovencísima y brillante, ayudando a los responsables de un flamante hotel de la época. El Tres Carabelas, creación gran reserva de la cadena Meliá, fue una buena experiencia de trabajo para aquella joven periodista, enamorada de España y del turismo. Ruth estaba llena de múltiples e inquietos talentos, entre ellos uno muy importante. Era capaz de divisar en el horizonte lo que mayoría era incapaz de ver. Pensó una mañana de invierno que Torremolinos y sus hoteles debían navegar lejos. Convenció al director de Viajes Torremolinos, don Diego Franco, otro genio, como lo fue don Manuel Utrera, propietario de Viajes Málaga, de que valía la pena intentar traer a la Costa del Sol a los residentes de las antiguas colonias británicas. Propietarios de sólidos patrimonios y reacios, después de la caída del Imperio, a regresar al clima de las para ellos algo inhóspitas islas.

Ruth quiso darme el libro de Eric Newby que ahora estoy leyendo. Fue en La Cónsula de Churriana, inaugurada como escuela hacía un par de años. A medio kilómetro, por cierto, de la casa de Gerald Brenan. Le habían contado maravillas de la joven escuela de hostelería de Málaga y de su restaurante, situados en esa finca que ella conoció hacía mucho tiempo, cuando era la residencia de Bill y Annie Davies. Los años siguen pasando. Los exóticos bárbaros que hoy amenazan nuestras pudorosas defensas no existían entonces. Pensaré en eso mientras leo a Eric Newby, con el afecto y el respeto que tanto él como Ruth Rees (amiga siempre fiel de España y de los españoles) se merecen.