La calle Denis Belgrano no es uno de esos alborotados lugares de paso del Centro de Málaga. Más bien es una salita de estar entre la plaza de Uncibay, colonizada por terrazas inmensas, y la turística calle Granada. En la esquina donde hace años estaba el Gambrinus -nada que ver con la aburrida franquicia de Cruzcampo- y al lado de la famosa y desaparecida Cancela, está La Cosmopolita, un lugar que para los buenos paladares se ha convertido en parada y fonda obligatoria. Bien será por la mano de Miky Manzanares en el día a día de la cocina o bien porque la carta, correcta en extensión, es excepcionalmente buena en su calidad. Dejemos la crítica gastronómica para quien sabe. Yo te hablo de camareros, de esos compañeros silenciosos de viaje. La Cosmopolita tiene un equipo de lo mejor con Joaquín, Víctor, Jordi y Carlos.

Uno se encuentra cómodo acodado en las tablas del mostrador charlando. A veces diván, a veces oficina de negocios, La Cosmopolita tiene en sus camareros ese punto diferencial que te hace repetir. Más allá de la diligencia y la efectividad, cosa que se presupone en esta profesión, ahí se encuentra complicidad y conversación en la medida perfecta.

La barra de un restaurante como La Cosmopolita, entre ensaladillas rusas y copas de vino, ve pasar durante un día cualquiera a personajes de toda condición: periodistas, políticos, abogados... Y sabe Dios (y seguramente Carlos y Jordi) de qué se habla en esa barra, pero ahí se queda, como en un confesionario laico. Además, avisado está en las paredes, se puede hablar de todo menos de crisis, para eso hay otros sitios. Será que no hay temas que tratar entre vinos.