Con los datos del Ayuntamiento de Málaga en la mano, los árboles de la capital son unos auténticos puercos. Una pandilla de consentidos sin escrúpulos responsables del 30% de la mugre que luce la ciudad de la cultura. No se les cae la copa de vergüenza cuando oyen que ensucian las calles un 10% más que los seres humanos, entre los que se encuentran los lumbreras que los seleccionan a través del catálogo web del vivero y luego ordenan plantarlos sin tener en cuenta sus características y necesidades. Para qué. Dónde dice que hay que regarlos y cuidarlos para que no se mueran ni provoquen molestos efectos secundarios. Qué se puede esperar de unos maleducados que nunca devuelven los buenos días. Pedazos de vegetales. Arbustos, eso es lo que son.

Malas sombras. Errores del pasado de crecimiento explosivo, la gran amenaza de cualquier desertización. Auténticos hijos de caduca que segregan resinas con el único objetivo biológico de abrasar la chapa del coche y frenar el paso de la suela del peatón. Hasta naranjas y flores tiran al suelo del barrio. Malnacidos que no saben agradecer una buena serie de podas radicales e indiscriminadas en el peor momento del año. Inmaduros, siempre tronchados de risa y estorbando en el paisaje. Que todavía no han llegado y ya se están yendo por las ramas. Toda tala municipal es poca para acabar con esos retretes para perros y ceniceros de machotes. Fuera azahar. Viva la madre que parió al pulgón. Monumento al picudo rojo.

Malditos sean los árboles y todas sus raíces por no dejarnos ver el bosque. Cómplices del cambio climático. Delincuentes, asesinos, crimen organizado. Psicópatas disfrazados de verde. Pirómanos cobardes que se refugian en el anonimato de la masa forestal para echar leña al fuego de los montes y convertirlos en ceniza. No se extinguieran todas las especies con sus semillas, los nidos y las ardillas. Todos juntos. Egoístas, tramposos y colonizadores. Les das una maceta y te arrancan una selva llena de vida. Vulgares aspirantes a centenarios a base de consumir espacio, oxígeno y agua dulce a cambio de aportar hojarasca, dióxido de carbono y muerte.