Brilla el sol, el viento está en calma, casi todos los chorizos están bajo control. Entonces, ¿de qué nos quejamos? Mi difunta tita María diría: «De lo que me prometiste hacer y no lo hiciste, de lo que hiciste sin consultar con nadie, de la rapidez que pasan los años de las gentes que queremos y de lo lento que se desprenden las hojas en los almanaques de nuestros enemigos». Porque ella era especial. Era una de esas personas sabias que nacen cada diez siglos, porque el Señor sabe muy bien que si las criaturitas tuvieran que convivir con muchas personas con ese genio tan especial ya no quedarían sobre el globo terráqueo ni cenizas. Por eso, cuando yo era una chiquilla muy protestona -¡cómo cambia una con los años, Señor!- mi madre decía: «¡Ay, Santa Rita de Casia, ¿por qué esta criaturita no se parece a mí? De las miles de personas a las que podría haberse parecido tuviste que elegir al torbellino de mi hermana». Eso, si era lista, es porque me parecía a su padre; si era protestona y rebelde a Dª Urraca de Castilla. Comprobaréis que cada uno nace con su cruz y la mía era ser sencillamente maravillosa. ¡Qué le voy a hacer! Bueno, según dicen las malas lenguas, esas que son como el maestro liendre, que de todo hablan y de nada entienden, que nuestra Patria Chica se va recuperando -económicamente hablando, claro- pues, ¡qué bien! porque esas criaturitas que duermen en los portales y en los bancos de madera de la avenida Juan Sebastián Elcano podrán acceder a algunos medios económicos para poder vivir como personas y no, como hacen ahora, como animales callejeros. Mis palabras no pretenden ofender a las víctimas, pero sí a los que permiten que en una comunidad autónoma que vive del turismo, aquellos viajeros que regresen a sus países de origen nos señalen con el dedo y, lo peor, que cambien de destino y no regresen nunca.