Seductor de señoras y también de electores, el expresidente del FMI Dominique Strauss-Kahn es ya el segundo candidato que preferirían los votantes de izquierda para presidir la República de ahí arriba. Un 37 por ciento de los consultados por el diario Liberation se declaran dispuestos a darle su voto, porcentaje que solo supera el actual primer ministro Manuel Valls.

Su larga fama de mujeriego no había entorpecido la carrera de Strauss-Kahn en la política; y, en apariencia, tampoco son un grave obstáculo los tratos que ha tenido con la Justicia por sospechas de abusos sexuales y proxenetismo. De esos y otros cargos ha salido airoso, por más que la policía de Nueva York pusiera fin a su mandato en el Fondo Monetario Internacional tras ser acusado de tener la mano larga por la camarera de un hotel. Un acuerdo cifrado en varios millones solventó el asunto, aunque luego vendrían otros escándalos.

Cualquier otro político habría sucumbido a tales daños de imagen, pero Strauss-Kahn es francés y eso parece puntuar a su favor entre los electores. Algo tendrá que ver con la popularidad de la que sigue disfrutando en su país el hecho de que los franceses sean gente de reputación lujuriosa.

Para empezar, han convertido el «francés», su denominación de origen, en una práctica sexual de lo más apreciada, detalle que acaso dé cuenta de la capacidad que tienen para erotizarlo todo. Por no hablar ya de otras variantes colectivas del coito que, como el ménage à trois, solo pueden definirse adecuadamente en la lengua de Molière.

Del mismísimo París, en fin, era natural François de Sade, famoso marqués y filósofo que siempre hacía triunfar el vicio sobre la virtud en sus novelas. Al lado de Justine o de las 120 jornadas de Sodoma, el insólito éxito de 50 sombras de Grey delata lo mucho que hemos degenerado estéticamente en cuestiones de erotismo.

Probablemente esto explique el hecho, más bien inexplicable, de que el presidente François Hollande sea casi tan conocido por su condición de gobernante como por sus muchas aventuras de alcoba. O que a su predecesor Nicolás Sarkozy se le envidiasen sus dotes de conquistador tras varios affaires extramaritales que culminaron en su boda con la exmodelo Carla Bruni. Tan alegres conductas serían inimaginables en la severa España de Aznar, Zapatero o Rajoy.

A los políticos no se les escoge por sus prestaciones sexuales, desde luego; aunque siempre sospechemos en ellos una cierta propensión a sodomizar a sus súbditos. No es ese, por fortuna, el caso de Francia, nación de viejos hábitos liberales en la que se pasan por alto -e incluso se premian- los comportamientos disolutos de sus gobernantes desde los ya lejanos tiempos de Napoleón.

Lo que asombraba de Strauss-Kahn, si acaso, era que sacase tiempo para dirigir el Fondo Monetario Internacional entre orgía y orgía. Será que el FMI es un organismo de intenciones un tanto sádicas que no para de proponer rebajas de sueldos y subidas de impuestos a todo el mundo; lo que parece encajar con el perfil de un reconocido libertino como el que estaba al mando.

Por suerte o por desgracia, que eso nunca se sabe, Strauss-Kahn ha declinado cualquier propósito de volver a la política en su país. Los franceses (y francesas) que suspiran por él en las encuestas deberán buscar a otro macho alfa que los seduzca. Y raro será que no lo encuentren, los muy rijosos.