Siempre me ha parecido heroica la lucha de los gordos contra el verano. Como exgordo, o más bien exobeso, estoy legitimado para decir este tipo de cosas que de otro modo serían poco celebradas en alguno de esos ambientes políticos y contemporáneos fatalmente marcados por la asespsia. Las sedes del PSOE, por ejemplo. En la era tantas veces represora de la tiranía de lo correcto, resulta siempre complicado localizar las fronteras entre lo punible, lo mal visto, lo aburrido y lo que merece la pena ser contado, hasta el punto de que con el ojo de Gran Hermano abierto sistemáticamente en la tele y la estupidez zascandileando por todas partes uno se siente tentado a sumarse a la fiesta y plantear de oficio alguna confesión narcisista y necesariamente endeble, como si un medio de comunicación fuera una especie de fritura -que lo es- entre la gavilla de representaciones posibles de la realidad y la transparencia infame del ombligo de todos los que actúan puntualmente como sus mediadores. En esto la semana pasada la Junta de Andalucía planteó una nueva y definitiva variante histórica. Ocurrió el pasado jueves, cuando el gabinete de la Presidencia, sin ni siquiera suavizar para la ocasión sus marbetes oficiales, empezó a inundar las redacciones con un comunicado en el que se anunciaba un hecho aparentemente trascendental para la vida ciudadana y la política comunitaria: el nacimiento del hijo de Susana Díaz. Después de alcanzar tamaña cima de confusión entre lo público y lo privado, como si no bastara con las décadas de clientelismo y con los ERE, uno se pregunta qué será lo próximo: si elaborar sesudas notas de prensa y noticiarios al completo con el programa de meriendas, comuniones y lisonjeo extramarital de los consejeros. Que Susana Díaz ordene emborronar papel de timbre oficial para anunciar un acontecimiento íntimo no tiene nada de especial si se tiene en cuenta el temperamento y la modestia con la que se suele conducir la presidenta. Lo raro es que no le de por poner al niño de nombre Andalucía y lo coloque en una cesta en Canal Sur para que le besen el pie todos los paisanos. Algún día alguien contará por fin cómo y cuándo se jodió el Perú y se malgastó esta región, repudiando sus propias virtudes y ufanándose imperdonablemente hasta parecerse en la tele a sus peores tópicos.