La primera semana agosteña viene enmarcada por la expresión a la baja. En momentos coyunturales tan negativos en términos económicos en nuestro entorno más cercano, leer que el paro baja en Málaga en 5.898 personas, «el mayor descenso para un mes de julio en una década», significa realizar un brindis emocional a la buena nueva. Así, la provincia se queda con 10.466 desempleados menos que hace un año, tratándose de la tercera mayor declinación del desempleo registrada a nivel nacional por detrás de Cádiz y Madrid.

Estarán ustedes conmigo en lo relevante de la información; no obstante, estos días también nos traen otras bajadas no tan gratificantes. Tras la presentación de los Presupuestos Generales del Estado, el Gobierno central invertirá en Málaga 243 millones en 2016, es decir un 11% menos según datos del PP. Desde el punto de vista socio económico, los descendimientos no gustan a todos por las múltiples connotaciones que conllevan. Esta situación de desniveles me hace recordar al filósofo, economista y escritor Federico Engels cuando planteó: «Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado». Muchos malagueños deben pensar en esta separación como un elemento discriminador, en cierta forma, a la capital económica de Andalucía. El hecho es que de la ¿coherencia? proyectada por el ministro de Hacienda para las cuentas de 2016, el ciudadano de la urbe de la Costa del Sol padece cómo la partida de

inversiones se reduce en su zona.

Otros pensarán: siempre nos quedará el polo digital, un proyecto disfrazado de entelequia dentro de esta industria, léase videojuegos, internet y sobre todo realidad virtual, la cual nos acosa desde los despachos ministeriales con animación 3D.