Este verano ya me he comido una Operación Salida y, en unas semanas, me tocará una Operación Retorno de esas que organiza la Dirección General de Tráfico para los movimientos masivos de vehículos y en los que como es habitual, se junta lo mejorcito de cada casa por esas carreteras que van y vuelven del paraíso playero. Y les confieso que yo le piso al acelerador -una cosa moderada, no como el alcalde de Alcañiz- y voy por encima del límite cuando la situación, la carretera y las condiciones climatológicas lo permiten, pero ultimamente encuentro sobre el asfalto de la A-7, de la A-45 y de la más alejada A-381 que atraviesa la vecina provincia de Cádiz, sujetos al volante que justifican por sí solos la existencia de estas operaciones de tráfico antes mencionadas, de las campañas publicitarias de la DGT, de los servicios de emergencias en carretera y hasta de los hospitales, si me apuran.

«Pocos accidentes pasan, para la cantidad de cafres que hay por ahí sueltos». Esta frase, que es muy de madre o de abuela conductora, se me ha colado en el vocabulario y, aunque me fastidia repetirme, no paro de decirla porque no hay forma de traducirla en una ráfaga. Ya saben, ese moderado toquecillo a las luces largas del coche. Informativa. Puntual. Algo así como un «oiga, desplácese cuando buenamente pueda al carril de la derecha, pues mi velocidad es superior a la suya y, de no apartarse, podría causar una colisión». Una especie de Fernando (Alonso) is faster than you lumínico, que todos alguna vez hemos emitido y del que somos repceptores en más de una ocasión. Pero hay formas y formas. Hay ráfagas kilométricas, procedentes de una sombra a 200 kilómetros por hora a los que el carril izquierdo se le queda estrecho. Ráfagas próximas, tanto que son imperceptibles, de conductores que nos olisquean el maletero, como queriendo proponer una práctica sexual no al uso a menos que les abramos... paso. Y, como una ráfaga, pasan esos Audi o Mercedes, pasando por la derecha con ganas de encontrarse con la muerte. Detectadas estas señales, no queda si no apartarse y dejar pasar. A los cretinos al volante, desgraciadamente, no hay Pegasus que los detecte.