Comprendo la indignación contra el dentista californiano que ha matado al león más famoso de Zimbawe, engañado para hacerle salir de la reserva natural donde vivía protegido, y que un imbécil disfrutara pagando 55.000 dólares por asaetearlo como en la Edad Media. De momento el dentista se ha quedado sin clientes aunque también se dice que las zebras de Zimbabwe han acogido con satisfacción la noticia. En serio, no soy cazador de leones, elefantes o perdices, prefiero los safaris fotográficos, pero he viajado lo suficiente por África para saber que las especies amenazadas sobreviven mejor en lugares donde la caza está regulada y rinde beneficios que permiten mantener parques y vigilantes, que en países donde los furtivos campan por sus anchas.

Lo que no comprendo es que se dé más atención a esta noticia, con la imagen de Cecil reproducida en el Empire State Building, que al niño palestino de 18 meses quemado con un cocktail molotov por colonos israelíes de un asentamiento ilegal (en 2014 hubo 110 actos violentos protagonizados por colonos y nadie ha sido detenido). Su nombre era Alí Dawabsha y confieso que hubiera preferido ver su carita inocente sobre la fachada del famoso edificio neoyorkino. O la de alguno de los millones de refugiados que hoy vagan por el mundo en busca de un hogar que sustituya al que tuvieron que abandonar por la guerra o por el hambre. Solo de Siria han huido cuatro millones de personas. Las cifras son escalofriantes pues se calcula que 200 millones de seres humanos desearían emigrar. La culpa la tienen las guerras, las hambrunas (no ajenas al cambio climático) y la extrema pobreza en la que viven millones de personas. Es una tragedia que tiene raíces humanas, somos nosotros los que la hemos creado y está en nuestras manos ponerle fin... si somos capaces de hacer un mundo más justo, con menos odios y donde la codicia de algunos no se convierta en miseria para muchos, como ha recordado el Papa Francisco al vincular la sobre explotación de los recursos por el primer mundo con el hambre de muchos que viven en países pobres.

Vivimos un mundo injusto y salvaje donde niños son asesinados en su cuna por odio, otros por ser gays o por ser diferentes por su sexo, religión, cultura o color de su piel... y otros, muchos más, mueren diariamente en guerras cuyas víctimas «colaterales» son siempre civiles inocentes. Millones fallecen a diario de pura hambre.

Por eso, nada tiene de extraño tiene que sean millares quienes tratan de huir de tanto horror y aprovechen las bonanzas del verano para tratar de alcanzar las costas europeas, a pesar de que aquí el Telediario de a su tragedia el mismo relieve que a un permiso carcelario de Isabel Pantoja. En lo que llevamos de año más de 2000 personas han muerto al intentarlo y solo esta semana se han rescatado a más de 4000 refugiados cerca de Italia. Cualquier día nos puede ocurrir a nosotros lo mismo si la situación en Argelia o Marruecos se complicara. ¿Imaginan algo parecido junto a Mallorca, Alicante o la Costa del Sol? No querer ver los problemas no los soluciona. Son cifras escalofriantes que exigen a gritos soluciones globales, empezando por una política migratoria común de la Unión Europea, que todos decimos desear para luego rechazar las cuotas de asilados que la Comisión intenta asignarnos, o racanear con los apoyos reales (no verbales) a Frontex (la agencia europea que se ocupa de esto), mientras se deja para noviembre una reunión en Malta que trate el problema. Ahora estamos de veraneo. Construimos muros como si eso solucionara el problema, España los hace en torno de Ceuta y Melilla, Israel alega razones de seguridad (y de paso se queda con tierras ajenas) y Hungría para frenar a los inmigrantes rumanos y búlgaros, mientras Francia expulsa a los gitanos y trata de blindar con los británicos el túnel de La Mancha donde también mueren emigrantes. En una azotea londinense ha aparecido un cadáver que se supone caído desde el tren de aterrizaje de un avión que venía de Sudáfrica. Y en Dresden, Alemania, se han producido los primeros ataques de la población local contra los centros de acogida. Es terrible. Occidente no puede ser una isla de opulencia rodeada de famélicas legiones y de muros cada vez más altos. La xenofobia es producto del miedo, de la ignorancia o del fanatismo. Se cura con educación. Las emigraciones masivas son consecuencia de las guerras y de la injusticia en la distribución de la riqueza. Que una Europa envejecida no lo vea (aunque tampoco la solución esté solo en sus manos) no solo es egoísta y miope sino suicida porque su pensión de jubilación, sí, no mire para otro lado, la suya, depende en último término de que España crezca y vengan emigrantes.

Los Estados Unidos son el país que mejor integra a los inmigrantes pues lo crearon ellos al huir de las guerras de religión europeas. De hecho los han integrado tan bien que hasta los hispanos, los últimos en llegar, han sobrepasado en nivel de vida a los afroamericanos... aunque estos no llegaron como emigrantes sino como esclavos. Y aún ahí hay energúmenos como Donald Trump que llama ladrones y violadores (!)

a los inmigrantes mexicanos. En mi opinión no tiene ninguna posibilidad de llegar a ser presidente de los EE UU pero hiela la sangre que un tipo así lidere las primarias del partido Republicano.