Acusada de defraudar 350.000 dólares al fisco, ella ha respondido que estaba pasando dificultades financieras y que ya lo ha regularizado con Hacienda.

No piensen que hablo de alguna folclórica o ex ministra o consejera púnica o tartésica, o de la ex de algún Gürtel. Hablo de Laura Ingalls. O mejor, de la actriz norteamericana que interpretó a aquella niña a la que mi generación vio crecer en la pantalla cada domingo al mediodía en la única televisión de entonces. «La casa de la pradera» fue una serie que duró desde 1974 hasta 1983. Completa, aunque con algún desfase anual, la vimos en España. Y como a partir de mañana noche en Málaga (desde donde escribo, paraíso y jaula, jaula y paraíso) todo será Feria y sobre Feria hablaremos, he aprovechado para escribir de otra cosa la noticia de que Melissa Gilbert, aquella niña pelirroja de las coletas que vivía en el oeste americano en la televisión de mi infancia y mi adolescencia, aspira a ser congresista por el estado de Michigan.

En el periódico de ayer, su imagen se mezclaba con la de algunos personajes locales que posaban delante de la nueva portada de biznagas sobre fondo rojo de la calle Larios en Feria. Como la memoria reconstruye los recuerdos como le da la gana -la Real gana en el caso de los monarcas-, yo recordé a Laura Ingalls bajando la colina de aquella pradera entre biznagas, con la sintonía intacta en la cabeza (muchos de ustedes la tendrán bailando por ahí dentro), acompañada de su perro de aguas y de sus hermanas en la película, incluido el pequeño Willy, que era en realidad hijo de Michael Landon, padre de Melissa Gilbert en la serie. Landon era aquel actor con cara de bueno que murió de cáncer con apenas 54 años. Cuando estrenó La Casa de la Pradera, proyecto que él mismo presentó como productor, venía de hacer del más joven de los Cartwright en otra recordada serie de cowboys que en España se vio en blanco y negro en su primera emisión: Bonanza. En las travesuras que encierra la cabeza de Chiquito de la Calzá, pregonero, a su manera, de la Feria de 1996, el «fistro de la pradera» y «el caballo de Bonanza» con su musiquilla alusiva son la prueba de cómo estas series norteamericanas y sus protagonistas forman parte de nuestro metalenguaje a partir de los enredos de la memoria y las emociones que fijaron en ella en un tiempo aún temprano.

Rastrear en Internet a Melissa Gilbert desde que era aquella cría con coletas hasta verla convertida en candidata al Congreso resulta fascinante. Aunque perseguir la madurez física de una actriz en nuestro tiempo es complejo, ya que hay un momento en que la cirugía plástica lo hace imposible. Pero verla con los novios que tuvo, su primer desnudo a los 20 años en revistas que pagan la habitual exclusiva de niña a mujer, verla bailando en Broadway o cuando fue presidenta del sindicato de actores, es como seguir a un familiar que un tiempo vivió cada domingo en el salón de casa.