Hay pocas ciudades a las que no les siente bien el sonido de unos cascos de caballo al trote lento y el murmullo de las ruedas de una calesa o de un birlocho atravesando las calles. Quien ha podido ha tomado un simón en el Central Park de Nueva York, o se ha dejado conducir por las calles románticas de Praga por un cochero uniformado y muy serio que ejercía su oficio con la dignidad y la elegancia de un príncipe bohemio.

Los coches de caballos son un anacronismo, una mota de pasado que se ha quedado estancada en la vida de algunas ciudades y forman parte de su aspecto, de esa fotografía que enseñan a los turistas para que los turistas hagan una fotografía.

Y ahora aquí, en Málaga, por esta modernidad nuestra tan de urgencia y de limpio siempre, de pronto surgen los de «Ciudadanos», con toda su obligatoria carga de cambios a cuestas, y proponen trocar los coches de caballos por unos modelos «de época» y eléctricos, o sea, por réplicas más o menos conseguidas de coches de época, seamos exactos.

Los coches de caballos, para mí, durante mucho tiempo, hasta que empecé a viajar y a perder el pelo de la dehesa, eran solo ese socorrido reportaje veraniego que casi todos los becarios que en el mundo han sido han escrito alguna vez, acaso pensando que era la primera, y también el objeto de una anécdota que se cuenta en las reuniones de periodistas sobre un colega que en sus buenos años, antes de que las adicciones le llevaran a deambular buscando el sablazo, acudía a las ruedas de prensa subido en uno y fumándose un puro.

Pero ahora, a la vuelta del tiempo, después de haber editado un par de docenas o tres de reportajes y haberlos visto en tantas ciudades ensanchando el paisaje de su tipismo, de comprobar cómo conviven con su contemporaneidad desde su antigüedad, entiendo que sí, que es cierto, que son un anacronismo, pero las ciudades, todas, tienen sus anacronismos, sus casticismos más o menos admisibles, y también entiendo que los llamados «animalistas» crean que los animales sufren con ese trabajo, y puede que tal vez incluso sea verdad, pero no sé si han llegado a caer en la cuenta de que el día que los desenganchen del birlocho será para llevarlos directamente al matadero, porque a ver quién se hace cargo de la manutención y cuidados de un animal que no produce y no es una mascota ni puede meterse en un piso.

A ninguna ciudad con un pasado que no quiera enterrar le estorban sus coches de caballos como no deberían estorbarles sus palomas o sus vilanos. Pero Málaga es a veces como un niño con un lego, siempre queriendo desmontarse a manotazos para construirse otra vez, y no siempre mejor.