De matagatos a autor confeso hay un par de felinos. La bata de cola vital del que suscribe parece pesar cada vez a la hora de cambiar de tercio. Eso de «nadie escribe como Joaquín Sabina, porque nadie vive como él» parece que nunca deja de pasar factura... ¿Para lo bueno? El haber encontrado el camino en los textos, la madurez y la verdad en cada punto y en cada coma, que le suelen ganar el pulso con el mínimo esfuerzo a cualquiera que ponga su codo literario en el tapete. ¿Para lo menos bueno? Estar continuamente en la casilla de salida de la confianza, vender el personaje a bombo y platillo, la cruz más pesada de la cotidianidad vital. Espero que cuando me vaya al silencio, me pongan un azulejo en la rotonda de mi barrio y vengan los cuatro majaras a ponerme cigarros y cartones de Paternina... Somos levedad.

Suenan los clarines y cambiamos de tercio. Después de más de un mes al borde la muerte calórica, centenares de camisetas empapás, maldiciones con puño levantado al rey sol y empezar a pensar en montar un estudio dentro del plato de ducha -pues me paso más tiempo debajo del agua que en mi cubil felino- llega la puntilla festera para tan tórrido verano malaguita. La feria.

Este año tenía claro que evitaría cualquier contacto con ella después de la anterior, en la que estuve nueve días con la guitarra colgada en pleno epicentro ferial y que me quedé con un tipito que era la envidia de los afiliados al Biomanan. El gran Sergio García Obergozo, padre del Soho y responsable del boom jazzístico capitalino, con unas programaciones musicales donde lo que prima es la calidad y el buen trato al músico, me tiró la caña con una oferta que no podía rechazar: nueve días consecutivos en la terraza del Hotel Bahía de Málaga junto a Adolfo Caimán y el resto de la banda. Esta vez quitados del bullicio, con las mejores vistas posibles. Así que ya saben: háganle una visita a su humilde zocato, que vamos a disfrutar de una feria diferente, con mucho rock y la poca vergüenza intacta.

Como pasa el tiempo, queridos lectores. Atrás quedan los años en los que iba en familia a pasear por la calle Carretería visitando las carrozas de amigos allí apostadas, que te ofrecían ajo blanco fresco, a cambio de que el niño - un servidor- le cantara alguna sevillana de El Pali o El Peregil. «Este niño como se puede saber esas cosas tan antiguas». Como siempre me decía La Faraona: «Eres un niño viejo». Después. por la noche. en el antiguo Real, el de las casetas de obra, me subían en el escenario de La Peña San Vicente o en el de la Hermandad del Rocío a seguir cantando. Recuerdo perfectamente el disfrute de ver tanta gente pendiente de mí, y parece que no he perdido el gusto en absoluto por

esa sensación; treinta años después, sigo subiéndome a un escenario de la feria, qué cosas tiene la vida.

Antes, las batas de cola las llevaban las señoras en feria y yo hoy paseo la bata de cola vital por donde quiera que voy. Pueden estar seguros de que no me arrepiento de ninguno de sus volantes, que han hecho ser lo que hoy soy, para lo bueno y para lo malo. Creo que he vivido ya más de lo que vive la mayoría en toda su vida y, como siempre digo, no me cambiaría por nadie ni a punta de pistola... Tengan buena feria, disfruten con cabeza y háganle una visita a éste su zurdo, que siempre hay un motivo por el que brindar. ¡Salud!