La mentira es el selfie de la política. El autorretrato severo y rígido con el que los políticos convierten en primer plano su verdad escénica. No sonríen en blanco apretando los dientes ni agrandan los ojos en un gesto de felicidad fuera de peligro. Tampoco ponen morritos ni esquinan el supuesto misterio de su mirada. De la misma manera que no necesitan otra cabeza de su misma tribu para redondear el corazón timeline de la amistad ni repetir el gesto afectuoso con cualquier fan que se lo requiera. Igual que hacen miles de personas, varias veces al día, cada vez que su ocasión emocional o circunstancia social lo requiere. También para enmarcarse como una egocéntrica postal ante unas ruinas patrimoniales, un crepúsculo descarnado de rojos o una Monalisa de fondo. Exceptuando el autorretrato como performance, al estilo de Cindy Sherman y sus disfraces, jamás había visto tanto narcisismo fotográfico. El fenómeno que ha sustituido el valor del relato oral, que certificaba que se estuvo allí, por una pose artificial en la red donde la popularidad depende del grado de exhibicionismo. No es el caso de los políticos. Ninguno oculta en MySpace pic una auto foto desenfadada en el cuarto de baño pero todos tienen un iPhone de última generación con el que retuitear descalificaciones sobre los adversarios, que viene a ser su postureo de la comunicación. Su selfie es el rostro de la mentira en público. Su única emoción dramática es la austeridad de su enfado enfocando a la cámara de la prensa para capturarse a sí mismos.

Cuando Jorge Fernández Díaz, ministro de interior, afirmó haber recibido a Rodrigo Rato -un rato en su despacho oficial- preocupado de que le fuese retirada su escolta y de quedarse solo frente al peligro de 400 tuits, se hizo el selfie del verano. El último con éxito en las redes, aunque las mujeres no lo compartiesen con cariño en Instagram, Facebook, Twitter, WhatsApp ni Dropbox. Es lógico. Ninguna de las que denunciaron amenazas de muerte, antes de ser asesinadas en el tiempo en el que gobierna interior, fue recibida en su despacho. Ni siquiera Pedro J. Ramínez, obtuvo ese trato de favor cuando sintió, durante el boom de la crisis, el aliento de los dueños del periódico que dirigía y el del presidente de Gobierno que se cobró su cabeza sin mancharse las manos.

Rodrigo Rato se siente amenazado. Su móvil tiembla de miedo y en guardia. «Le hubiera recibido en un piso franco o de forma clandestina si hubiese hecho algo éticamente reprobable», añadió el ministro sin inmutarse, empecinado en volver a equivocarse, olvidando en qué consiste su labor al frente de Interior y demostrando que para hacerse un buen selfie se requiere sangre fría, creerse el epicentro del diafragma y que el resto lo miren a uno con cara de tonto. La misma que ponemos cada día los españoles al escuchar estas y convenir que un tipo imputado por posibles delitos contra la Hacienda y blanqueo de capitales necesita un guardaespaldas pagado con el dinero de nuestros impuestos. No puedo creerme que un exvicepresidente del Gobierno, un exministro de Economía, el expresidente de Bankia y el exdirector gerente del Fondo

Monetario Internacional (FMI) no puede pagarse de su bolsillo un Kevin Kosner con música de fondo.

No es extraño que la asociación de mujeres juristas Themis lamente que las medidas de protección actuales no eviten que los agresores se acerquen a las víctimas y finalmente las asesinen. Y mucho menos que denuncie un aumento "exponencial" en la denegación de peticiones de órdenes de protección en Comunidades Autónomas como Cataluña o Madrid, donde la mayoría se deniegan (63% y 55%, respectivamente), a diferencia de otras autonomías como La Rioja, donde se aprueban un 92%. ¿Recibirá Fernández Díaz a su vicepresidenta, María Ángeles Jaime de Pablo, con la finalidad de que las víctimas de malos tratos se sientan tan protegidas como Rato?. Lo que está claro es que no lo hará con nosotros. Ciudadanos a los que el FMI vuelve a encarar con su tono arrogante y la certeza de que cumple sus advertencias y su ultimátum. Sus nuevas amenazas las sabe el Ministro. Reducir la brecha entre el alto coste del despido de los trabajadores indefinidos en beneficio de lo asequible que resulta darle una patada en el culo a los trabajadores temporales, junto con la eliminación de los tipos reducidos del 4% y el 10% del IVA -unificándolos con el 21%, como ocurre en gran parte de los países europeos- y el copago de la educación.

La economía castradora de la troika tiene en el cinismo su selfie de etiqueta. Sólo así se entiende que Christine Lagarde cobre un salario base de 324.000 euros al año, con un suplemento para gastos de representación de 58.000 euros anuales. Que el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso y su vicepresidente de Economía, Olli Rehn, ganen 25.554,58 y 23.147 al mes, respectivamente. Y que el jefe de la misión de la Troika en España, Servaas Deroose, les siga con 18.370,84 euros mensuales. Todo libre de impuestos y con complementos para costear la educación de sus hijos en el Colegio Europeo, y ayudas para maternidad, mudanzas y desplazamientos. El selfie de su rostro enmarcado muy por encima del denominado Estado del Bienestar resulta inmoral para los que somos sus víctimas en un país cuyo salario mínimo interprofesional es de una media de 645 euros al mes, y donde un tercio de los asalariados, el 34% de 5,7 millones, son seiscientoseuristas. Los representantes de la nueva generación salarial que ha dejado atrás al mileurismo de antes de la crisis, y a los que se les pide más sacrificios con una sonrisa Möet Chandon.

Dicen los médicos de cirugía estética que el auge del selfie está aumentando las operaciones de nariz. ¿Será por el hedor o por qué abundan los Pinocho? Lo cierto es que es nuestra sumisión, nuestra rebeldía, nuestra frivolidad o nuestra cultura, lo que realmente nos autorretrata.