No sé si el otro día vieron en la tele a los diez aspirantes a encabezar la candidatura republicana a la presidencia de los Estados Unidos donde Donald Trump, con sus argumentos populistas, su desenvoltura de presentador y hombre de mundo, y su melena ochentera, se comió al resto de candidatos con tomate lo que no es fácil dado el «todo vale» en el que el partido republicano se ha instalado desde hace años para alcanzar el poder y en el que el ultranacionalismo y el racismo se están convirtiendo en consigna. Cuentan los analistas de la política americana que Trump, ese magnate rey de la Quinta Avenida de 69 años, organizador de concursos de mises y habitual en las revistas del corazón por sus fastuosas bodas y sus millonarios divorcios, al final no será el candidato republicano dado que es demasiado extremo para ganarle la presidencia a los demócratas, pero de momento reina en Google y es el mejor valorado por los votantes de la derecha americana, quizá por su carácter deslenguado y montaraz. La América «profunda» parece quererlo gracias sobre todo a sus exabruptos contra los inmigrantes, algo que en algunos sectores siempre da votos. Y es que, en su presentación como candidato, Trump calificó a los inmigrantes mexicanos como «corruptos, delincuentes y violadores» e incidió en su deseo de levantar un muro entre Estados Unidos y Mexico para que no se cuele ninguno más morenillo de lo normal. Lo que le ha provocado críticas feroces de los sectores más progresistas del país, le ha reportado, sin embargo, los aplausos de esa América de blancos, ricos o pobres, pero nacionalistas y racistas que conforman gran parte del partido republicano y que le apoyaron cuando en 2011 exigió la publicación del certificado de nacimiento de Obama para demostrar que había nacido en territorio estadounidense.

Pero no sólo ha lanzado perlas racistas. Considerado por muchos como misógino y machista, no dudó en calificar de «desagradable» a su ex abogada Elizabeth Beck cuando ésta pidió interrumpir una reunión para extraerse leche para su hija?, según explicó ella misma en la CNN. También la líder demócrata ha sido objeto de las chanzas del magnate que no se ha cortado al retuitear: «Si Hillary Clinton no puede satisfacer a su marido qué le hacer pensar que puede satisfacer a los americanos». De aplauso. La última de sus andanadas misóginas, sin embargo, no le ha salido bien y este fin de semana ha sido «desinvitado» de un evento conservador en Atlanta después de que atacara a Megyn Kelly la moderadora del debate republicano en la cadena Fox el jueves pasado de la que dijo: «Le brotaba sangre de los ojos, le brotaba sangre de cualquier parte», insinuando que la agresividad de la periodista se debía a su menstruación. Con todo, no parece que este traspié le vaya a generar problemas. Los analistas, por el contrario, aseguran que con cada escándalo, su popularidad sube en las encuestas como pasó con lo de los mexicanos, con sus ataques al senador héroe de guerra John McCain o con su pertinaz negación del cambio climático. Va ser verdad, tanto aquí como en Estados Unidos, que al final tenemos lo que nos merecemos.