Crecí con un eslogan publicitario de una marca de coñac que categóricamente decía El fútbol es cosa de hombres. Y efectivamente, en esa década de los años 7 predominaba la afición monosexuada; y digo mono por el carácter de la hinchada futbolera masculina de la época (gritábamos y saltábamos como primates de domingo a domingo) y por la auténtica escasez de mujeres asistiendo a un partido de fútbol.

Mi propia madre decía: «No entiendo qué hacen veintidós tíos en pantalón corto detrás de una pelota de cuero». Y tenía sus razones, no comprendía que asistir al partido del domingo era sagrado para todos los hombres de la época, que el fútbol era el desatascador de cansancio laboral y psicológico de la época, y que cuando un jugador anotaba un gol, eran todos los hombres los que empujaban con su pasión el balón a la red. No solo era el triunfo del equipo, era el triunfo del hincha o forofo, del vecino del barrio, de la ciudad entera. Era un acto de explosión de hombría contagiosa.

Por supuesto, los hijos éramos desde la tierna edad iniciados en el ritual del momento: bufanda, pipas, bocadillo y al fútbol. Pero los hombre de la época olvidaban que el trabajo doméstico era tan agotador o dañino como el de su fábrica o empresa. Eran los tiempos de la furia española, era cuestión de pelotas.

Y es cierto que las mujeres, lejos de presenciar en directo el deporte rey (el del rey de la casa de entonces), esperaban como una manifestación feminista la salida de sus esposos una vez acabado el partido en las calles próximas al terreno de juego, como predispuestas a lo mejor o a lo peor, y por supuesto, deseando que hubiese ganado su equipo, pues si no su carácter se avinagraba y la tarde familiar del domingo y la semana iba a ser un verdadero Vía Crucis del mal humor. Era cosa de hombres el fútbol, y el de las mujeres, soportar la tormenta del desánimo del hincha.

Con el paso del tiempo y la educación igualitaria y no discriminatoria o xenófoba, hemos interiorizado los valores de igualdad que deben predominar en todos los aspectos de la vida y, sobre todo, en el fútbol, por lo que si echamos un vistazo al fútbol o fútbol sala de nuestros días, observamos como los campos de fútbol están repletos de seguidoras, peñistas y aficionadas en un número casi similar al de hombres.

¡Quién se lo iba a decir a nuestros padres! Pues sí, por fin las políticas legislativas, normas reglamentarias, educación y prevención para la igualdad han permitido que hoy todas las esferas de la vida estén copadas por los seres humanos sin distinguir su sexo, raza, tendencia sexual, color o religión. También hemos mejorado en la presencia de madres en los campos de fútbol, forman parte de esos padres apasionados que asisten a los partidos de sus hijos/hijas.

Por todo ello, desde el descanso estival y ante la próxima temporada que se avecina, el anuncio del coñac de la época ya quedó desfasado y cambiado. El fútbol hoy no es cosa de testosterona, es simplemente producto de tener adecuadas neuronas.