La Feria de Málaga no existe. En su sentido clásico, claro. Es una reunión programada de personas. Una macroquedada a mediados de agosto que suele resultar simpática y divertida. Los hay que acuden sólo para ligar. Otros lo hacen para despedir la soltería de ese amigo que en septiembre tiene cita en el altar. También están los que aprovechan la convocatoria para hacer negocio, ir a los toros o secar su ropa interior.

Algunos incluso ponen a secar, de repente, toda su ropa, la interior y la exterior. Ya sabemos que durante estos días pasa de todo en la ciudad.

Bueno, de todo menos botellón.

Nuestro alcalde sostiene, sin despeinarse, que en Feria no hay botellón «en su concepto clásico». Y es verdad: el botellón de toda la vida se da en Málaga durante el resto del año, no en Feria. Lo que también es cierto es que todas las ferias del planeta incluyen su botellón clásico, menos la de Málaga, que es así de original. Sabemos de sobra que en la ciudad hay un gusto histórico por debatir la organización de la Feria. Una rareza de esos ciudadanos aburridos que, preocupados por lo que acontece en su tierra, se lanzan cada año a imaginar una fiesta mejor, con mayor contenido y más atractiva. Todo un incordio, vamos. Es más que probable que cada malagueño guarde en su cabeza su feria ideal. Hay, por lo tanto, miles de ferias soñadas. Todas diferentes y, probablemente, todas mejores a la de hoy.

Aunque lo lamentable no es que la Feria esté hoy peor o mejor, lo catastrófico es que el análisis de las fiestas por parte de los representantes políticos locales haya llegado este año al nivel «bragas». Llegados a este punto, se me antoja que el equipo municipal malagueño tiene más que ver con la salchichera comunidad de propietarios de La que se avecina que con otra cosa. En nuestra casona de Montepinar, Enrique Pastor es capaz de justificar todas las acciones de los suyos con tal de no perder los votos del vecindario. Llegando incluso a salir en defensa de Estela Reynolds, esa actriz de variedades venida a menos incapaz de reconocer que su declive se debe únicamente a su nula capacidad para la interpretación.

Estela prefiere pensar que hay una mano negra, la prensa, que malinterpreta sus palabras y cuya única misión es poner en marcha el ventilador de la suciedad contra ella. La protagonista de Desembraga a fondo posee una autoestima a prueba de cabezas nucleares. Algún plumilla curioso le preguntó un día sobre la nata de las playas. Y ella, que se enorgullece de decir siempre la verdad, le cantó La mar está fresquíbiris.

Qué divertida es la ficción y qué triste es la realidad de esta ciudad incapaz de concebir un plan para su Feria. Una metodología capaz de realzar sus valores y atajar sus defectos. Lo más inteligente que últimamente ha salido de los despachos municipales fue hacer que los jóvenes tuvieran que cruzar el río para beber y despejar así la zona de terracitas donde la «gente de bien» se ponía cruda a base de gin tonics con bayas de enebro.

Tenemos una Feria sin pies ni cabeza, cuya sección Centro Histórico han intentado eliminar no pocas veces, sin éxito. Pero la culpa es nuestra, que no sabemos divertirnos con sentido cívico y que, para colmo, hemos depositado nuestra confianza en un equipo yermo y, en ocasiones, también soez y malhablado.