Occidente está fabricando militantes del Estado Islámico, o ISIS en su denominación más evocadora. Países orgullosos como Francia o Reino Unido se interrogan sobre el señuelo que transforma a sus privilegiados jóvenes en yihadistas, dispuestos a degollar a sus semejantes o a inmolarse. La captación para una vida de privaciones y terrorismo se ha propagado a España. Incluso la distante y poco poblada Islandia ha aportado un miembro a la organización islamista de límites difusos.

Recuentos de ímproba verificación hablan de 25 mil occidentales alistados en el ejército de ISIS. Decenas de casos particulares han sido cribados por autoridades y periodistas, en busca del retrato-robot del perfecto terrorista. Sin embargo, la evolución solo resulta sobrecogedora por insignificante. No hay grandilocuencia en la conversión ni en la convicción.

Ya se trate de los atentados de Charlie Hebdo o del Yihadi John británico transformado en verdugo, las biografías de los adeptos han degenerado en un clisé. Inmigrantes de segunda o tercera generación, residentes de los suburbios que instruyen a sus parejas también adolescentes. Un día fumaban marihuana y vestían minifaldas, al siguiente frecuentaban la mezquita y velaban su rostro.

Los terroristas neófitos también viraban de sociables a introvertidos, pero la persecución de estos cambios de conducta genéricos obligaría a monitorizar a millones de occidentales. La banalidad del mal ha sido sucedida por la vulgaridad del terror, las causas son más prosaicas que los efectos letales de la incorporación a ISIS. El malestar genérico o malaise que ayer embocaba hacia una secta, conduce hoy a Siria. Tras la huida al terror, los familiares desconcertados aportarán vídeos donde se demuestra que sus hermanos, hijos o nietos eran jóvenes integrados que bailaban los ritmos a la moda. Salvo para quienes crean en una revelación de origen divino, un indeterminado deseo de aventura está fabricando a los asesinos más significados del siglo XXI. Ni siquiera luchan contra sus países de origen, combaten el aburrimiento con el recurso a las emociones fuertes.

Los ejércitos occidentales reclutan a sus soldados bajo la promesa de una ampliación de los horizontes intelectuales y vitales. También ISIS fabrica yihadistas al grito de «conoce gente, y mátala». El tópico se extiende al sexo, liberador en otros órdenes y que permitirá al terrorista violar a niñas bajo el subterfugio coránico de que practica un rito religioso.