Únicamente le faltó aparecer con Cristiano Ronaldo del brazo, una cabeza de jirafa, una barretina de Olot, tres ninfas y un tupé troquelado para la ocasión por un especialista en peluquines del XVIII. La discreción, por más que se vista de plasma, nunca ha sido el punto fuerte del PP. Ni siquiera en los pasos de cebra. Con la reunión entre el ministro del Interior y Rato el Gobierno pone la última pica a su larga carrera de símbolos mundanos para la desvergüenza. Un ápice más de afinación y podrían haber buscado un efecto poligonero a lo Pepiño, quedando con la familia y la tortilla en un bar de carretera. O ya puestos llamar a la tele y exigir la etiqueta mínima de las bragas en la mano, como dicen que hacen ahora las malagueñas en flor por el camino de Guermantes. Peor que el delito es siempre el delito de conciencia, que en este caso empieza por no atreverse a distinguir entre el comportamiento sucio y lo éticamente irreprochable. El partido que anatematizó al PSOE por reunirse con un juez al que se condenó por perseguir a genocidas y pandilleros de la Gürtel ve normal dar audiencia a un presunto criminal justo en el momento en el que está siendo investigado. Hasta el punto de que no se molesta ni en ocultarlo ni en concitarse en zona neutra. Quién sabe si no se le exigió al rey bajar del cuadro y a la Biblia participar en el diálogo. En su ya larga carrera in black de despropósitos, a Rodrigo Rato le hacen justicia los dos últimos: la reunión, sin rubor ni sonrojo y la pose crapulosa sobre el mar, en un barco al que la imaginación casi se añade por defecto a dos criados desnudos con librea y a unos cuantos narcos de Cambados. Esa imagen, la del exministro despreocupado y en yate esperando acontecimiento o pernada, debería acompañar en todo el hemisferio los libros para escolares. Con eso se aprende más de España que con seis reyes visigodos. Y, además, imprime carácter. Parece ser que a Rato le preocupa su seguridad y teme una reacción airada del vulgo; como si fuera posible para un contribuyente medio airarse y, sobre todo, airearse en los sitios que frecuenta Rato. Pierda cuidado, señor ministro, que en los yates no hay motines ni parados. Como tampoco en el ministerio del Interior. Esa casa noble de encuentros. Con sus tiernas, genuinas amistades.