Escribir una columna es un acto de desnudez. No una desnudez como la del imbécil ese que retrataron con los colgajos al aire en la Plaza de la Constitución durante la feria dando una muestra de merdellonismo, sino un acto de desnudez intelectual, a veces también emocional. Uno aborda la columna desde su opinión y también desde su emoción. Acaso la mezcla exacta, la fórmula de la columna perfecta, sea un poco de literatura, un poco de ironía y un poco de distancia en la mirada.

La columna es el género periodístico más próximo a lo literario (cuando no es literatura en estado puro) y, por ello, para abordarla no es preciso tener demasiada información, ni un aluvión de datos irrefutables, sino una perspectiva o una impresión y un cierto modo de decir las cosas. Con eso es suficiente, con eso bastó para que algunos nombres hayan pasado a la historia del periodismo y de la literatura, gente como el santo patrón Mariano José de Larra, Julio Camba, César González Ruano y, ya más recientes, Umbral, Manuel Vicent y el maestro Alcántara. Con todo, conviene a la columna el no ser completamente intimista ni faltar a la verdad, quedarse siempre a un palmo de todo eso.

Sea como fuere, al columnista no se le paga por tener razón, sino por exponer su opinión, por mostrar ante los demás su punto de vista. Incluso podríamos afirmar que ni siquiera le pagan por eso, sino por cómo expresa esa opinión, por el estilo, que a decir del poeta Octavio Paz, «es lo que permanece». El columnismo, aseguraba Umbral, «es el solo de violín del periodismo», y está fuera, por fortuna, de la prosa objetiva del periódico, al que no puede ni debe suplantar, aunque a veces parezca superarlo y otras veces lo supere.

Con esas premisas, es muy difícil que se produzca el casi milagroso hecho de que lector y escritor estén en perfecta comunión. De modo que no estar de acuerdo con un columnista acaba siendo lo más normal del mundo, aunque a veces esa normalidad lleve a algunas criaturas enfurecidas al insulto más soez. Raras veces alguien agradece lo bien puestos que están los adjetivos en un artículo, pero muchos correrán como posesos, puñal entre los dientes, a rebatirte con todo tipo de dicterios si poseen opiniones contrarias a la tuya y están convencidos de que son las únicas admisibles, sin tener en cuenta que no hay mayor pobreza que poseer la verdad. Pero ese es un mal que apenas tiene curaciones y que se extiende con mucho peligro y con muchísima frecuencia, ahora como siempre.