Aprovecharé que corre el mes de agosto, que por mi calle muchas mozas caminan luciendo con garbo sus bonitos trajes de flamenca y que no se me ocurre otra cosa mejor que decir que alzar la voz y gritar ¡Viva Málaga y su Feria de Agosto! y los que no se unan a mi grito el Señor se lo tenga en cuenta. Pidamos también para que esos nubarrones que enseñan sus bigotes detrás del Monte San Antón se queden ahí y dejen a los malagueños divertirse. La semana próxima vendrán a casa a cobrar las facturas, pero, si la vida dura poco más que tres telediarios, vamos a pasarlo bien hoy, vecinos, mañana, como siempre, aparecerán los aguafiestas para decirnos que los andaluces sólo pensamos en divertirnos. ¡Envidia cochina, oiga! ¿Yo les he dicho alguna vez lo que me parece que unos mozos sanos y fuertes se diviertan-a veces, perdiendo la vida- empujando a los toros hasta tirarlos al agua? No. Nunca lo haría porque, si no me gusta que critiquen lo que no conocen, me guardaré mis opiniones en mi diario personal.

Bueno, como todos los años por estas fechas, he pasado por el centro de la ciudad para ver el ambiente que reina en esta parte de mi ciudad preferida. Bien, quizás he echado de menos más trajes de malagueña, aunque, el de sevillana luzca más, no deberíamos olvidar nuestras raíces. Seré justa, he visto más parejas vestidas de corto que otros años, con preciosos sombreros de ala ancha. No es que una sea una exquisita, ni hablar, pero si lo que vivimos es un teatro, un festejo sin igual, es agradable comprobar que «los extras» han contribuido mucho a dar el esplendor que nuestra ciudad se merece. También comprobé que la comunidad china sabe disfrutar en feria con sus niños engalanados con nuestras ropas regionales. Como diría mi nieto Javier: Lucían divinas de la muerte. Yo, sonrío.